sábado, 9 de octubre de 2010

ADOL/OBSOL-ESCENCIA

Hay una época en nuestras vidas en la que todo se magnifica, para bien y para mal. Cualquier suceso cotidiano nos afecta inmensamente y corremos al teléfono (ahora sería el messenger o el tuenti) a contárselo a nuestro amigo o amiga (en ese momento, íntimo/a, y "para siempre"). Odiamos a nuestros padres y corremos, siempre que podemos, a la calle para huir de ellos, para sentirnos libres, adultos... Vamos al parque, a dar una vuelta, y cotilleamos de los últimos sucesos del instituto, hablamos sobre tal o cual grupo de música, vilipendaimos al profesor de Ciencias y nos quejamos de nuestra gris existencia bajo el yugo parental. Los fines de semana, si podemos o sabemos hacerlo, nos vamos al sitio "de moda" y ahogamos nuestras penas en alcohol, con la esperanza de que no se den cuenta al llegar a casa. La adolescencia es así. Pero también es la edad en la que somos más honestos con nuestros sentimientos, y amparados en el halo de la inocencia reminiscente, hablamos sobre ellos con nuestros íntimos, lloramos si es necesario, aireamos sin pudor aquello que nos reconcome y acabamos encontrando algo de paz en esa vorágine hormonal, en esos primeros pasos por el mundo de los protoadultos.
Con el tiempo, sin embargo, esos amigos nos traicionan (algunos), nuestro primer amor nos rompe el corazón, y nos adentramos, lentamente, en el olvido del sentimiento, en el cinismo social imperante, en la independencia emocional... Y, poco a poco, empieza a resultarnos más difícil hacer amigos y compartir (como antaño) las emociones que nos desbordan. Creemos, al fin, que tal acto es producto de la ingenuidad y acabamos considerándolo una obsolescencia, algo que en un adulto no estaría bien visto.
De esta manera, nos encerramos en nosotros mismos y creamos, las más de las veces, malentendidos debidos a nuestra falta de sinceridad a tiempo (con el otro y con nosotros mismos). Ni siquiera somos capaces ya de decir algo tan sencillo como: "Oye, pues tal cosa me ha sentado mal", por miedo a no ser políticamente correctos o, en su defecto, parecer críos emocionales.
¿No sería más sencillo arreglar las cosas hablando? ¿Hacer un esfuerzo de honestidad para con el otro, para con nosotros mismos? Sin duda, evitaríamos muchas de las tonterías mentales que nos asolan en las horas de soledad en las que creemos que el mundo se ha vuelto loco y ya no queda nadie auténtico, nadie que se enfrenete a sí mismo y deje de considerar que expresar lo que sentimos es una adol/obsol-escencia.

martes, 28 de septiembre de 2010

COMO LA VIDA MISMA ¿?


Lo confieso: soy serieadicto. He visto y veo numerosas series televisivas durante el mismo período tiempo (ahora mismo creo que son unas diez); eso sí, todas online y, si es posible, en versión original subtituladas (el doblaje de Tony Soprano es estupendo, pero no le hace justicia a Gandolfini). Me gusta todo tipo de género y acepto calidades bastante ínfimas (sin pasarse). Normalmente, prefiero series que ya han terminado para poder ver unos cuantos capítulos seguidos sin eso de: " a próxima semana, no mesmo batcanal, á mesma bathora"; y la temática, aunque no me es indifirente, es de mi gusto siempre que esté bien tratada. Así las cosas, el otro día, por recomendación de mi hermana, empecé a ver "Modern Family". Es una sitcom americana rodada como un falso documental sobre las vidas de tres familias: un hombre de unos sesenta (nuestro querido All Bandy) casado con una colombiana joven y guapa madre de un niño; su hija, Claire, su marido y tres hijos; y su hijo Mitchell, su pareja y su hija adoptada. Vamos, todo un sarao, que diríamos aquí. La propuesta, si bien tiene momentos divertidos, acaba convirtiéndose en una declaración de principios americanos old style: al final, todos nos queremos mucho y somos grandes personas (aunque un poco frikis, eso sí) que tratamos de hacerlo todo lo mejor posible. Si a esto le sumamos que, ¡oh, casualidad!, en las tres familias uno de los miembros no trabaja y se queda en casa para cuidar a los hijos, el suflé está completo. Eso sí, todo muy bien aderezado con una gruesa capa de hilaridad y pretendida autoparodia (que, por supuesto, no le llega ni a la suela a "Matrimonio con hijos"...¡Ay, Bandy, Bandy! ¿Por qué nos has abandonado?) que podría (y, de hecho, seguro que lo hace) hacer pasar desapercibido todo el entramado pseudomoralista que nos quieren vender.
Pero no era esto lo que venía a contaros (¿quién lo diría?). Lo que me vino a la mente viendo esta serie (y enlacé con muchas otras) es la premisa narrativa: dados unos personajes X, se les sitúa en ante una situación Y y, a partir de ahí, la media hora-cuarenta minutos-una hora que sigue son la resolución. X supera Y y llega a ¿0? Por ejemplo: Mitchell está obsesionado con construirle un castillo a su hija en el jardín, pero resulta ser un peligro con las herramientas. Su pareja (no recuerdo el nombre) decide llamar a su suegro para que les ayude (sin que Mitchell sepa que es una encerrona). ¿Qué ocurre al final? Está claro: Mitchell se da cuenta, se enfada, pero, al final, asume que lo suyo no es bricomanía y cede, ¿simbólicamente?, el martillo a su marido. Y así, problema resuelto.
Como este ejemplo, podríamos observar millones más en todas las series del mundo. Y sí, es una premisa sine qua non. El tempo narrativo es breve y se debe constreñir el conflicto. Es lógica televisiva, supongo. Y es también el mayor motivos qe tenemos para verlas: personas que se ven envueltas en situaciones (iguales o diferentes a las nuestras) y son capaces de resolverlas rápidamente. ¡Y cómo nos gustaría a nosotros ser capaces de hacer lo mismo! Aún me quita el sueño una secuencia en la que uno de los personajes se daba perfecta cuenta de los que le pasaba (tristeza por el pasado perdido) mucho antes que el espectador. Y me pregunté cuánto había tardado yo en darme cuenta, qué sé yo, de que mi trabajo anterior me deprimía... MMM, no sé, ... ¿un año? Así que sí, las empaquetan a nuestro gusto y disfrutamos de ellas porque ahí, en esa pequeña ficción semanal, los problemas son menos, son más fáciles y, al final, todos comen perdices.
Otra cosa son, claro, las series de ciencia ficción, históricas (tipo "Roma"), policíacas o de la mafia (y algunas más que se me olvidan)... Pero estas, para otro día.

lunes, 20 de septiembre de 2010

¿Cómo escribir una felicitación de cumpleaños?

Hace una semana una amiga me pidió que escribiese una "felicitación de cumpleños" para otra (adjuntando fotografía entrañable) con el motivo de su trigésimo año de vida. Me tocaba hacer algo especial, pensado y que para la susodicha fuesen algo más que letras en el papel. Sin embargo, con el ajetreo de la vuelta al trabajo se me olvidó por completo, y hoy (ahora mismo) me encuentro sin saber qué decir y como fecha límite apenas una hora. Así que se me ocurrió retomar el blog (tanto tiempo abandonado debido al ya característico en mí encefalograma plano veraniego)para ver si aquí, único lugar donde tengo a bien darle a las teclas, la musa me encontraba trabajando (como se suele decir).
Había pensado contarle a esta mi amiga algunas cosillas sobre nuestra vida en común y apelar a la lágrima difícil haciendo acopio de una sinceridad emocional por mi parte que, seamos sinceros, no me suele gustar (al menos no para decírselo a un papel, que vaya a saber uno que pensará este). Sería algo como: "Querida fulanita. ¡Cuánto tiempo ya! diez años y aquí seguimos. Hemos pasado mucho juntos, nos hemos reído (anécdota al caso), hemos llorado (otra anécdota al caso) y hemos discutido (obvio anécdota); pero, a pesar del camino recorrido, nos hemos ido recogiendo el uno al otro ante cada caída (aunque en ocasiones hayamos llegado algo tarde, siempre lo hemos intentado) y blablabla". No, no me convence. Cuando nos vemos avocados a hacer esto, al final el resultado siempre tiene algo de no real, no-verdaderemente-re-al. ¿Cuántas veces nos han dado una postal y nos ha salido la dedicatoria más estúpida del mundo? A mí, siempre.
Luego está el "funny style type". Poner algo gracioso, con unas tintas de cariño y mucho de humor. Pero, aunque cuando yo he recibido este tipo de dedicatorias siempre me han hecho reír; mi humor suele ser sarcástico. Lo digo todo con esto.
Finalmente, lo único que se me ocurre es, quizá, desviar un poco el tema de lo vivido en común (aunque esta fuese la idea inicial del proyecto), y derivar un poco hacia eso que otros llaman madurar. Una revisión de lo que somos y hemos sido, una mirada hacia lo que seremos. Un hálito de esperanza para estar ahí y compartirlo.
Es posible que al final me quede algo sensiblero, pero sin duda será lo que yo quiero que sea y no lo que se supone que debe ser. Ya os contaré.

jueves, 22 de julio de 2010

BOOMERANGS E INJUSTICIAS


Hace unos meses un amigo me contó algo que les había ocurrido a él y a su novia (también amiga mía), algo que no puedo desvelar por respeto a la amistad que nos une, pero que, desde luego, es la historia más tremebunda que he escuchado en mucho tiempo. Tiene que ver con hacer planes importantes en la vida de uno y cómo son despedazados por los demás, seres cercanos a nosotros que, con sus errores y egoísmo, echan por tierra aquello que llevábamos construyendo tiempo, mucho tiempo. Acontecimientos que a uno le dejan frío y ante los que solo se le ocurre la más manida de las expresiones-rabieta del ser humano: "No es justo". Curioso, porque nunca he tenido muy claro qué es la justicia en sí ni cómo se supone que una persona de a pie (no relacionado con las leyes) puede repartir o impartir o tratar de lograr para sí y para los que le rodean (que ya es mucho).
A todos nos pasa, ¿no? Encontrarnos inmersos en situaciones injustas (sea lo que sea que signifique) no provocadas por nosotros y que no nos dejan opciones ni disyuntivas, solo un jodido camino único al que nos vemos avocados y que transitamos con un yugo inmenso encima, deseando llegar al puñetero final de tanto polvo y tierra yerma. Sin embargo, uno piensa (o quiere hacerlo) que a la buena gente no le pasan estas cosas, o que si es así, son las personas que menos se lo merecen. Y jode sobremanera ver que no hay leyes escritas ni mierdas místicas de compensación por los buenos actos, por ser gente legal, de esos que se lo curran todo muchísimo, que luchan por lo suyo y los suyos. ¡Qué demonios! Esas personas de las que uno se siente feliz y orgulloso por ser su amigo.
Mi madre (una de las mejores personas que conozco -y, ojo, no tendría porqué ser así-) dice que la vida es un boomerang, es decir, que cada uno recibe lo que da, ni más ni menos. Tarde o temprano, según ella, somos recompensados o castigados de algún modo por nuestros actos. No obstante, viendo a mis amigos sufrir y sin poder hacer nada por ellos, no puedo creer en sus palabras. ¿Cuándo-me gustaría preguntarle-cuándo van a recibir estas dos maravillosas personas lo que se merecen? Y ¿Cuándo demonios serán castigados los que les han hecho esto? Y no puedo evitar pensar que ni boomerangs ni leches, aquí toca joderse y apencar, evitando caer en el precipicio que rodea el camino, y ala, al mal tiempo buena cara. Sin embargo, si mi señora madre tiene razón, algún día todo volverá a su cauce, las cosas se arreglarán y me encantará estar ahí para verlo. Estaré ahí, sin duda.

jueves, 17 de junio de 2010

¿Tonterías las justas?


Llevo ya unas semanas sin publicar nada por impedimentos diversos: el curro (¿cómo no?) y mi estado de ánimo exhausto y poco guerrillero. Sin embargo, fíjate tú, esta semana me he topado con dos cosas que me han impactado ne-ga-ti-va-men-te. Los motivos han sido múltiples, pero sin duda el más acuciante es el hecho de que ambas representan, en cierta medida, a algunos grupos de nuestra bien amada sociedad.
La primera fue una película. Estando yo de encefalograma plano, decidí bajarme un film homónimo (al menos así los etiqueto en mi cabeza) y, buceando por la red, me topé con "Sexo en Nueva York 2". Y pensé: "¿qué mejor cinta para echarme a dormir?". Así que, no sin algunos escrúpulos, le di al play de mi reproductor. No pude terminarla, nisiquiera llegué a la mitad. Y no porque cayese sin remedio en los hilos del sueño, sino porque me agarré un cabreo de impresión. ¿Cómo demonios puede haber una sola persona en el maldito planeta Tierra que no se indigne con tamaña gilipollez? Porque pase que sean una panda de pijas insufribles con una problemática vital más que cuesionable (y pasa porque alguna que otra sonrisa me han arrancado alguna vez, tras pasar el filtro, obviamente); pero, señores, es que el guión no hay por donde cogerlo, es un despropósito tras otro: primero, la Carry de los cojones agobiada porque tras dos años de martrimonio (y un piso nuevo y blablabla), su marido no quiere ir a cenar fuera todas las noches. ¡Pobrecita, eh! Después, la Samantha de los huevos tomando mil hormonas porque tiene la menopausia (de cirugía ni se habla, claro); después, la abogada esta que si el curro le roba momentos familiares y, por último, la "pija oficial" con celos de su canguro. Esto es lo que yo llamo BASURA MENTAL (por no hablar de los valores e ideales reflejados). Pero no se queda ahí la cosa (aunque se pasen más de 40 minutos para ello). No. Resulta que las invitan a visitar un país de oriente medio por todo lo alto. Ala, a todo trapo. ¡Qué coño! Pero si eso pasa todos los jodidos días. Y lo primero que dice la imbécil número 1 (Carry) al subir al avión (de superlujo, por supuesto) es a una azafata: "Me gusta tu sombrero". Jo, pero qué tía más ocurrente. En cuanto a la retahíla de tópicos sobre la homosexualidad y los árabes, no hay nada qué decir...
Muy bien, pensé, ya no puede haber esta semana nada más indignante. Pero me equivoqué. A los dos días, en el Facebook, descubrí que había un grupo que se llama "Gente que parece normal, pero compra en Primark". Alucinante. Estoy en la dimensión de los idiotas y no me había enterado. Denuncié al grupo. Gracias a ¿dios? parecía tener solo 7 seguidores... Y aún así, el regusto discriminatorio absurdo que desprendía aún me persigue hoy.
Así las cosas, la frase que da título a esta entrada lo dice todo, ¿no?

lunes, 7 de junio de 2010

ENCRUCIJADAS


Cuando uno se encuentra ante un cruce de caminos y no tiene muy claro su destino, puede escoger entre cuatro opciones: retroceder, seguir recto, girar a la derecha o a la izquierda. De todas ellas, la más inusitada por obvia es la marcha atrás. Uno ya sabe de dónde viene, lo que quiere averiguar es a dónde ir o adónde podrá llegar. Aparentemente, todo un mundo de posibilidades se abre ante tí, que puedes hacer uso de uno de nuestros bienes más preciados: la capacidad de elección (al menos, eso dicen).
Sin embargo,hay ocasiones en las que ese supuesto regalo de (¿de quién? No tengo ni la más remota idea... ¿Habrá que agradecérselo a todos esos seres humanos que lucharon y luchan por nuestros derechos? Supongo... Me pierdo). Como decía, en ciertos momentos la encrucijada no tiene nada de bueno, no es un alarde de libertad o una aventura y lo que escojamos puede traer consecuencias más que nefastas para nosotros mismos y para otros. Aquí la cosa se pone seria. Y en este maldito punto es en el que me encuentro yo ahora.
La verdad es que hacía muchísimo que no me pasaba, así que estoy bastante desentrenado en el arte de sopesar pros y contras, consecuencias y beneficios, integridades y todas esas cosas que aparecen, así, sin más (o con más, según se mire). El resultado, cómo no: una mala ostia de agárrate. Todo el día. Y estoy harto.
Hartísimo. Cansado de esas historias que nos vienen sin comerlas ni beberlas y que nos sitúan en el medio de una jodida cruz (símbolo de por sí acojonante, y me refiero a su uso en la era romana, no hablo de creencias religiosas, esas que cada uno tenga la que quiera), y nos sentimos asfixiados por la responsabilidad recién adquirida. Y me imagino estando tan tranquilo, en un muelle, cuando de golpe me lanzan un ancla pesadísima. Si la suelto allí, el muelle se va al garete y mi culo con él; si la lanzo, no sé dónde caerá ni si podrá herir alguien y, está claro, que no podré aguantarla mucho más. ¿Qué hacer? Parece uno de esos acertijos que siempre he odiado tanto del lobo, la oveja y la maldita coliflor (o lo que quiera que fuese aquello que la ovejita de las narices no podía evitar zampar). No quiero animales ni verduras, ni símbolos de crucifixión ni anclas.
Pero hete aquí que los tengo a todos reunidos en mi desván dilucidando la forma de salir, mientras yo me afano en encontrar un maldito camino de los cuatro, el menos malo (como dicen de los políticos). ¿Qué consuelo es este? Pues el que tengo.
Como decía, harto.

viernes, 4 de junio de 2010

No puedo evitarlo


A veces hay ciertas historias que me molestan, y mucho. Cosas hechas o no hechas (sin acritud ni mala intención alguna) por las personas que me rodean. En esos momentos, como me frustro, me cabreo y pienso los improperios más agrios que se me ocurren o ideo alternativas hijoputescas. No puedo evitarlo. Y en esas ocasiones me pregunto si seré, real-men-te, mala persona. Malo, maloso, como los de las películas de aventuras a la antigua usanza, cuya única misión en la vida es arruinar la vida del héroe llevanso a cabo tentativas que siempre fallan (aunque nadie puede negarles la originalidad). Ahora que lo pienso, llevado al absurdo, soy más como el coyote tras el correcaminos.
No digo que yo lleve a cabo mis maquiavélicos planes, solo que se me ocurren. Una manera de descargar tensión, pienso. Pero uno no deja de preocuparse un poco al ver rodar esa rabia contenida en forma de planes malignos de venganza.
Exagero, por supuesto, y lo ridiculizo. Sin embargo... sin embargo, hoy, nada más levantarme de una merecida siesta ha ocurrido. Algo, un maldito algo que me molesta hasta la saciedad. Y, tras todo lo descrito de mi modus operandi, he visto que solo hay una solución: vivir solo.
Soy una persona muy celosa de mi intimidad o, como diría Reverte (siempre subvirtiendo los tópicos-bueno, a veces- y tan directo a la yugular), quiero pasear mis cojones al aire por mi garita con total libertad y, claro está, sin molestar a nadie. Así las cosas, aunque entiendo perfectamente el significado de "compartir" y también asumo las consecuencias de la expresión "compartir piso", estoy hasta los mismísimos (he nombrado mis huevos dos veces en menos de 10 líneas, ¿significará algo? Me pierdo...). En contra de los que se pueda pensar, tengo un compañero de piso de puta madre, nunca hemos discutido, somos amigos y arreglamos todo hablando; vamos, que no hay malos rollos.
Pero uno trabaja con energúmenos todo el santo día y al llegar a su casa lo único que quiere es paz. Ninguna intrusión en esa parte de mi vida que me pertenece. Poder disponer de mi hogar como más me plazca, campar a mis anchas sin interrupciones. ¡Qué demonios! ¿No? Así que o soy mala persona por desear ejercer el total autoritarismo en mi propia morada o, simplemente, me voy haciendo mayor y ya no me hacen gracia los extraños en mi casa, ni las reuniones grupales imprevistas, ni nada que mi pequeño cerebro no haya pensado o deseado.
Entre tanto, me conformo con mis planes macabros absurdos y voy tirando. No puedo evitarlo.

lunes, 31 de mayo de 2010

Diccionarios, realidades y guarderías


Recientes conversaciones me han llevado a reflexionar sobre un tema que ya venía pesando en mi cabeza, porque en los últimos meses me lo había encontrado en diferentes ámbitos de mi vida (dos de los pocos que tengo, claro): en el trabajo y entre mis amigos. Y no es otro que el comportamiento al más puro estilo berrinche que asola, al parecer, a ciertos (muchos) seres adultos. Un modus operandi que me recuerda a la guardería, cuando te gustaba una niña, y en lugar de darle una de tus galletas le propinabas una, en señal de reconocimiento, eso sí. Pero la pobre niña se echaba a llorar pensando, quizás, que tú eras un matón de guardería y, probablemente, un imbécil.
Así las cosas, he buscado la definición de "adulto" en el DRAE (mi opinión sobre este particular me la guardo para el otro Blog). En fin, el término posee tres acepciones, de las cuales,las dos primeras son:
1. adj. Llegado a su mayor crecimiento o desarrollo. Persona adulta. Animal adulto. U. t. c. s.

2. adj. Llegado a cierto grado de perfección, cultivado, experimentado. Una nación adulta.

Curioso. Perfección, experiencia, grado último de desarrollo... Al principio, pienso, es otra de tantas obsolescencias y absurdos de nuestro "querido diccionario". Pero en una segunda ráfaga de ideas me doy cuenta de que, quizá, el problema sean las definiciones de los otros conceptos. Y así, para adecuarse a lo que verdaderamente ocurre con gran parte de la humanidad, "experiencia" sería el bagaje de putadas que nos han hecho, las veces que nos han roto el corazón, el número de ocasiones en las que nos han mentido, los amigos que creíamos y no eran, los que fueron y dejaron de serlo, las zancadillas en el curro, las envidias que nos han jodido buenos momentos, la no comunicación a tiempo y las suposiciones pervertidas por los miedos subjetivos... y un largo etcétera. "Perfección", por tanto, se ha convertido en el arte de regurgitar todo lo anterior hecho pasta, hecho masa infecta que lanzar a los demás, a los otros, de los que ya no nos fiamos porque los pensamos como al resto, porque los metemos en el pozo del "todo ha valido contra mí, así que ahora preparáos". De este modo, ese "grado último de desarrollo" se convierte en visión maquiavélica del universo que nos rodea. Y pensamos, pobres de nosotros, que somos adultos, que hemos aprendido mucho y que ya no hay un maldito ser en la faz de la Tierra que nos vuelva a pillar con los pantalones bajados.
¿La conclusión? Que nos vemos obligados a caminar pisando jodidas minas antipersona, no sea que nos estallen en la cara si decidimos sentarnos, tan tranquilos, a disfrutar del sol, de la brisa, de la tranquilidad de ser adultos, ese momento en el que creímos, engañados, que una patada era una patada y una galleta, un dulce.
Yo, que por supuesto no me libro tampoco (para ello debería retirarme a una cueva solitaria y, quizá, volverme loco), opto por ser, entonces, lo menos adulto posible y retomar mis sueños de la infancia: pasarlo bien, disfrutar de la vida y jugar con mis amigos. Y, si alguna vez, me tomo demasiado en serio el juego, gracias a ¿dios? no me faltan compañeros de guardería que me dan un capón y me dicen: "¿Pero qué haces, hombre? ¿No ves que ese ya no quiere jugar?"

lunes, 24 de mayo de 2010

MISCELÁNEA


Cuando era pequeño tuve una época en la que me dolía el oído derecho prácticamente todas las noches. Mi madre se levantaba conmigo a altas horas, la pobre, y me ponía unas gotas; después siempre me ofrecía su calor para calmar el dolor (tiempo después descubrimos que tengo el no sé qué jodido y tengo que operarme, pero esa es otra historia). El caso es que yo, en lugar de aceptar de buen grado la oferta de mi madre, me tapaba el oído con una mano y con la otra en alto, cerrado el puño, paseaba a un lado y otro del pasillo hasta que el dolor desaparecía. Es decir, me ponía de mala ostia. Esta "costumbre" (pues es algo instintivo) la he tenido siempre. De pequeño cada vez que me caía o me hacía daño, me cabreaba, no lloraba ni llamaba a mis padres, simplemente me cabreaba y no dejaba que nadie me ayudase.
Hoy en día me paro a pensarlo, a recordar todo aquello y no encuentro una explicación; pero lo cierto es que me sigue ocurriendo. Cada vez que algo me duele, me decepciona, me frustra, me parece injusto y un largo etcétera mi primera reacción es el más absoluto de los cabreos. Me sube la mala leche desde el estómago y nubla mi razón (en ocasiones, solo unos segundos; en otras, más de lo que debería).
Hoy mi sistema defensivo ha decidido matar múltiples pájaros de un tiro, y la mala leche se reparte entre diversas opciones:
1- Tema curro: con las injusticias del jefe campando a sus anchas (en junio se suelen recrudecer); las confabulaciones absurdas de compañeros que no encuentran otra salida a su frustración; las mentiras, dimes y diretes de las personas que no tienen otra cosa en la vida; la falta de tiempo para respirar (y, ya de paso, dejar salir la mala ostia en un entorno seguro -como los de las pruebas de la maldita bomba H-). En fin, ya sabéis, las cosas de todos los días.
2- Temas personales. Las complejidades del rencor, las dificultades del perdón, lo mucho que nos cuesta reconocer nada... Y un largo etcétera con el que no quiero aburriros.
Así las cosas, y viendo en retrospectiva que mis cabreos tienen su raíz más profunda en aquello que duele (de uno u otro modo), me pregunto qué será mejor: ¿sufrir a tiempo, dejarse devastar por el dolor, como una catarsis necesaria para salir adelante...o esgrimir la frustración que todo ello produce como arma de un solo filo? Sea lo que fuere, dudo mucho que a mi edad eso pueda cambiar ya.
En la calle llueve a mares, ¿qué propio, no?

domingo, 16 de mayo de 2010

Solo por hoy: harto de estar harto


Hoy, tras un fin de semana (al que aún le queda mucho) en el que el descanso ha hecho mella (al fin) y cuyo más importante componente ha sido poder compartirlo con la persona a la que quiero (llamésmola Manuela), me he despertado MUY BUEN HUMOR. He dejado atrás el cansancio del alma que me acompañaba, el hastío por recientes sucesos, el microchip de necesaria hipocresía del trabajo, la preocupación por asuntos futuros y futuribles, y me ha inundado una sensación cojonuda, qué demonios.
Así que sí: hoy estoy harto de estar harto. Para ser exactos: no estoy harto en absoluto de nada, y quizá, de lo único que me gustaría estarlo es de todo lo bueno que tantas veces me pierdo en mi deambular por las calles llenas de Hydes.
Hoy (y sin que sirva de precedente, pues la esencia del blog es la que es), le dedico a Manuela mi entrada y me viene a la mente esa canción que ella me descubrió hace ya un año cantada por Ellis Regina y Jobim (aunque no sé si es suya o no) que lleva por título: "Só tinha de ser com voÇê".
Como el tiempo apremia y he de irme a cocinar un exquisito pescado al horno, no agrego en el blog la canción, pera sí recomiendo que la escuchéis y, así, compartáis conmigo, en este maravilloso y soleado domingo, esta sensación de que todo marcha bien.

viernes, 14 de mayo de 2010

Los cobardes y las fiestas sorpresa


¡Ha vuelto! Ya tengo un poquitín de bilis para compartir. Y es que esta tarde de viernes, tras una siesta merecida, he recobrado el ánima y el ánimo maligno que inspira este blog. Noticias frescas son las que los han reincentivado. Os cuento:
Hace unas semanas compartía con vosotros la desazón que me había provocado una disputa con un amigo y reflexionaba sobre la valentía de la coherencia y la cobardía de la hipocresía o, en su defecto, el silencio que otorga. Pues bien, esta tarde me he enterado de algo que, por injusto, aunque coherente con el amigo en cuestión, me ha vuelto a sacar de mis casillas. Y no es, ni más ni menos, que una fiesta sorpresa. Una maldita celebración de la cobardía y la desfachatez. Una "party-people" organizada por este amigo concreto para aquellos que se han auspiciado siempre en las más ínfimas de las disposiciones del carácter: la cobardía y el egoísmo exacerbado o, si se quiere, la comodidad de no preocuparse demasiado por el otro que nos otorga la tranquilidad para callar, asentir y no-sentir en exceso.
Sin embargo, lo que más me molesta no es esto, es algo peor (si cabe). Es el haberme visto a mí mismo pensando que quizá me había equivocado, que era posible que esas personas sí fuesen un apoyo bueno para mi "amigo" (entrecomillado a partir de ahora y por tiempo indefinido, dadas las circunstancias). Dudé de mi decisión, de mis ideas, de mí mismo y me vi cruel y demasiado parcial. Duró unos minutos, pero fueron suficientes para cabrearme de nuevo. Y es que, pensé, es lo que me faltaba. Yo dándole vueltas al asunto, pensando en la mejor manera de arreglar la situación, asir los últimos retazos de razonabilidad sin dejar de lado mi coherencia... Y me encuentro con una jodida fiesta sorpresa, alarde de estupidez infinita, y, por supuesto, aparente despreocupación. "Ala, vamos a celebrar con mis verdaderos amigos la maravilla que es la vida y lo bonita que es la amistad". Hay que joderse.
Y es que, cada vez más, las personas nos volvemos cómodas, en todos los sentidos. Si aparecen problemas con una pareja, la dejamos, eso ya no es amor... Si en el trabajo tenemos un mal día, uy, esto no es lo mío o no sirvo para esto o me voy al paro y ya encontraré algo mejor (esto último es un pensamiento pre-crisis, por supuesto). Y si un amigo nos dice lo que no queremos oir, porque duele, porque nos autoengañamos y queremos que los demás nos sigan el rollo, pues puerta, ¡hombre!, patada en el culo y a celebrarlo. Que es lo que hay hacer. Alegrarse de tener a nuestro alrededor gente que con un movimiento afirmativo de cabeza, una oreja aparentemente atenta y unas cuantas cervezas los sábados noche nos demustre lo mucho que nos quiere y aprecia. A esa gilipollez se ha reducido todo. Nos volvemos cobardes de pensamiento, de sentimiento y de acción y no nos importa. Porque el único sabor amargo que nos permitimos es el de la cerveza en nuestro gaznate.
Así que quizá tenía razón mi querida Noon cuando me dijo-preguntó: ¿pero era tu amigo?
Ahí es todo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Memoria, trabajo y otras cosas

Tengo guardada en la memoria de mi navegador la dirección de cierto blog que leía de vez en cuando. Y no porque me interesase el material o encontrase alguna belleza y/o genialidad en su estilo. No, simplemente por la pura "maldad" de lo que comúnmente se llama despotricar. Poco sano, cierto. Me ayudaba en cierto asunto personal, en cierta decisión que había tomada. La ratificaba, y cómo, ¡oh, doy gracias por ello!
Finalmente, sin embargo, el efecto cambió. Ya no necesitaba reafirmarme, así que solo me quedaba la mala leche, Y fue cuando decidí crear este blog, mi rincón del mundo para quejarme sin trabas.
Desde entonces, me encuentro muchas veces pensando sobre qué me gustaría escribir la siguiente entrada, y se me ocurre alguna cosilla de vez en cuando. Hoy mismo, sin ir más lejos, me pasó por la cabeza algo que me pareció divertido, pero una ráfaga después había desaparecido. ¡Maldita sea! Y el motivo no fue otro que el trabajo. Tengo mucho y me ocupa demasiado tiempo, así que mis neuronas han decidio erradicar toda idea que poco o nada tenga que ver con él.
Ahí está el tema de hoy. Manido, quizá tópico, pero de esas cosas que cuando las piensas te arrancan un improperio y muchas ganas de mesarte los cabellos (al estilo de Antígona). Y es que es un maldito drama. Por mucho que a uno le guste su trabajo, lo sigue siendo.
Por que, veamos, el 90% de nuestro tiempo anual nos lo pasamos trabajando, el resto estamos tan cansados que en lo único que podemos pensar es en dormir, viajar, comer, follar... Genial todo genial. ¿Pero por qué demonios hemos dejado que eso, algo tan natural como vivir, se convierta en una excepción?
Sí, vale, vale, hace falta la pasta. No soy ningún hippie idealista. Y estabilidad, y todo eso. Pero, coño, ¿de verdad es necesario que nos robe tánto? Para empezar, la memoria. La tengo tan ocupada que últimamente me siento gilipollas. Como si todo se hubiese borrado de un plumazo. Apenas puedo tener una conversación coherente, no encuentro en ese puñetero desastre dónde he colocado las cosas que me apasionan y estoy demasiado cansado para buscar nada nuevo. Un caos. Un jodido y maldito desastre. Pero, sin duda, lo peor de todo, es que estoy tan agotado que ni siquiera me cabrea. ¡HO-RROR!

miércoles, 5 de mayo de 2010

El Spock y el McCoy que llevamos dentro


Hoy me ha molestado algo que no debería haberlo hecho, porque no es justo ni comprensivo por mi parte. Es así. Y me ha dado por pensar an algo que me dijeron una vez: "Tienes muy poco aguante para la frustración". Así es. Me fustro y no lo aguanto. Y pensando en ello, me he dado cuenta de que, claro, lo que se espera de mí, de todos nosotros, es que aguantemos con estoicidad aquello que, racionalmente, reconocemos como soportable e, incluso, digno, honesto, necesario.
Vale. Seamos sinceros. El conflicto viene dado, coño. Somos HU-MA-NOS. Y, según los científicos, lo que nos separa de los animales son, precisamente, el raciocinio y los sentimientos. Pero nos enseñan desde pequeños a ser justos, a entender a los demás y a que, y aquí viene lo importante, muchas veces tendremos que hacer y/o entender cosas que no nos gustan. Literal. Seguro. (No lo recuerdo exacto, pero sale en todas las yankipelículas de vamos a ser "japis,japis" y "viva la Navidad"). Claro, cuando nos ocurren y nos ponemos de tal mala ostia que nos gustaría decir la puñetera verdad y ser unas auténticos egoístas, nos salta el chip. El maldito chip. Y no lo hacemos. Nos paramos en seco y re-ca-pa-ci-ta-mos. Así, eso es, despacito, contando hasta 100 si hace falta, sacando a empujones el raciocinio. Y, ala, a sentirnos culpables por haber siquiera imaginado ser un poco, un poquito, un poquitín egoístas. Por habernos dejado llevar por el sentimiento que esa llamésmola "cosa" ha provocado en nosotros. Son McCoy versus Spock.
Y es que los creadores de Star Trek lo tenían claro. Siempre hay un raciocinio presente en nosotros (representado por el señor Spock) en constante lucha con la emoción (el doctor McCoy)que, juntos, nos hacen llegar a un término medio (el capitán Kirk). A lo largo de toda la serie, los protaginistas se ven inmersos constantemente en situaciones de vida o muerte, deben pensar con rapidez para salvar sus traseros. Y suelen ocurrir tres cosas:
1- Spock hace una propuesta que a McCoy le parece del todo inhumana y supone arriesgar vidas.
2- McCoy insinúa una solución excesivamente emocional a la que Spock contesta invariablemente: "Doctor, permítame decirle que eso no es en absoluto lógico".
3- A Kirk, tras el calentón inicial, se le ocurre una solución inesperada.
Como es obvio, en las tres ocasiones el plan tendrá éxito.
¿No está más que clara la metáfora? El ser humano fragmentado en tres personajes, que, a pesar de sus diferencias, son amigos. Y funciona, vaya si funciona.
Pero nosotros somos uno, no tres, y resulta mucho más complejo discutir con uno mismo. Ya no digamos llegar a un punto medio.
Entiendo para qué sirve todo esto y sé que es necesario. Pero, demonios,a veces, solo a veces, me gustaría tanto mandar al maldito Spock a darse un garbeo y hacerle caso a mi doctor McCoy. Mandar al carajo lo que se supone que es justo y ecuánime y disfrutar, por un momento, del placer de ser jodidamente egoísta y, sobre todo, más que nada, irracional. ILÓGICA. Si no fuese porque Spock siempre regresa y nos trae el regalo de la culpabilidad...

domingo, 2 de mayo de 2010

Límites y culpables.

Recientes acontecimientos me han hecho replantearme algunas cosas y, la verdad, es inquietante. Me han hecho recordar nociones básicas de la Filosofía aprendidas en la Universidad que me han llevado al estado actual. No me gusta. Na-da.
Recuerdo haber estudiado aquello de la verdad y la Verdad. La primera consistía en nuestra percepción del mundo, individual, subjetiva y, por tanto, sesgada. La segunda era la indiscutible, aquella que no un individuo, sino un grupo, tomaba por tal y que, en consecuencia, se entendía como cierta. Ninguna de las dos alcanzaba la categoría de axioma. En realidad, apenas hay nada que la alcance. Así las cosas, retrocedo 48 horas y veo todo mucho más confuso que hace 72. Por que durante largo tiempo tuve bien amarrada mi verdad, me servía de ella para tener opiniones sobre cierto tema y no dudaba de su verosimilitud y fidelidad, ya que la apoyaba por lo que yo, ingenuamente, consideraba hechos. Además, también era una Verdad dado que la compartimos un grupo de personas. Todo claro, ¿no? Y simple.
Pues bien, hace 48 horas, tras sufrir un leve ataque personal, esas Vverdades salieron de mi boca convertidas en terribles acusaciones, monstruos de siete caras, hidras venenosas. Y si bien es cierto que durante cierto tiempo consideré propio todo el proceso, ahora, dos días después, me asaltan las dudas. Dudas sobre los límites interpersonales, dudas sobre dónde parar de compartir esas Vverdades con alguien que tiene las suyas propias, tan opuestas. ¿Dónde se encuentra la jodida frontera que nuca se debe cruzar? No lo sé, pero estoy seguro de que la sobrevolé con creces. Ya no puedo retroceder, ya que es claro que dije lo que aún pienso, y no sería coherente deshacerlo. Sin embargo, tengo una terrible comprensión de las nefastas consecuencias. Y el resumen es que he perdido. He perdido algo mucho más importante que la maldita Vverdad. Solo es un atisbo, pero lo veo claro. El precio de ser coherente, de defender lo que creo que es propio es jodidamente alto. Para empezar, la culpabilidad aparece y no se despega. Araña los poros de la piel, se introduce en tu organismo y te envenena por dentro. Respiras, sí, pero a qué precio.
Hoy estoy harto de mí, de mi puñetera costumbre de no cerrar el pico cuando aún hay tiempo. De no saber callar cuando me gritan las palabras y se dan cabezazos en mi cabeza, dura como una piedra. Soy coherente y tuve los huevos suficientes como para demostrarlo. Sí. Pero, siceramente, esta no es la primera vez. Y en ocasiones como esta, preferiría ser más cobarde, más comedido, saber tragar más mierda y no perder a un amigo. El precio es demasiado alto y, qué le vamos a hacer, no me compensa. La próxima vez dedico una entrada del blog a escribir insultos en todos los idiomas y a ver si así consigo cerrar la puta boca y dejar la maldita coherencia de lado.
Ahí es todo.

viernes, 30 de abril de 2010

Especies en extinción.

En España, como en muchos otros países del mundo, existen muchas especies que están a punto de extinguirse: el lince ibérico, el lobo, el urogallo y hasta los pobres borricos. En todos los casos, hay asociaciones que tratan de impedirlo, puesto que su completa desaparición supondría, una vez más, que el ser humano más que ser es un puñetero virus (no andaban desencaminados los hermanos Wachowski). Toda una serie de indefensos animales que, arrastrados por nuestro implacable ansia de autodestrucción, se ven avocados a la suya propia.
Sin embargo, hay otras especies que siempre han estado en peligro y que, cada vez más, ven reducido su espectro de actuación y deben convertirse en otra cosa (si es que no siempre han sido otra). Y ahí es donde se encuentran nuestros bien amados buenos compañeros de trabajo. Esos que te apoyan, que te echan un cable cuando estás pillado, que te dan ánimos el día que al jefe (estos sí que nunca se extinguirán) le ha dado por echarte la bronca o joderte con algún trabajillo extra. Es decir, un sano corporativismo exento de falsedades y lavadas de manos. Pero no nos engañemos, con la competitividad campando a sus anchas por las esquinas, nos vamos volviendo más sibilinos, menos compañeros y mcuho más hijos de puta. Aunque solo sea por nuestra clara pasividad, no hay posicionamientos (a no ser aquellos que consisten en girarse hasta la extenuación para darle un poco de brillo a nuestros jodidos culos).
Por otro lado, existen algunos trabajos en los que la competitividad queda fuera de lugar, como, por ejemplo, el sector educativo. Por que, vamos a ver,una vez que tienes tu plaza (con tu especialidad añadida), no hay posibilidades de quitarle el puesto a nadie y tampoco de "crecer" en la empresa. Eres el profesor de blablabla y punto. ¿Cómo es posible que, incluso ahí, crezcan como setas los cabrones, los falsos, los hipócritas y los toca huevos? Los pelotas, vale, son un mal social extendido. Pero el resto... ¡Hay que joderse!
Lo peor no es eso, ni siquiera. Lo peor es que o estás con ellos o contra ellos. O te unes al "vamos a poner a parir a este o a esta" o vas aviado. Ya puedes comprarte un paracaídas resistente y perfumado (el olor a mierda es insufrible). Ya puedes hacer oídos sordos y ojos sordos a las miradas de desconfianza, a los cuchicheos a tus espaldas; ya puedes cerrar tu mente a la maledicencia que se te ocurra. No puedes, no debes ser individuo. Debes ser masa informe y plegarte a sus modas caprichosas o estar solo. Convertirte en un satélite independiente que nada refleje. Un espejismo de sus gilipolleces, una sonrisa fingida y una acitud humilde.
Tampoco se le debe ocurrir a uno hacer demasiado bien su trabajo, o llevarse bien con personas dispares de varios "bandos" o tomarse las cosas en serio. Y, por supuesto, no se te ocurra llevarles la contrarias abiertamente, te acusarán de ser poco corporativista.
El individuo desparece o muere. O SOBREVIVE. Claro está. Su-per-vi-ven-cia.
Curioso que allí donde se debe enseñar a los chavales a ser buenas personas, buenos compañeros, sean precisamente los que lo hacen quienes no saben dar un jodido paso por nadie más que sus cultos y licenciados culos.
¡Viva la independencia! Que diría Zapata.
Ahí es todo.

sábado, 24 de abril de 2010

Pseudofilosofía, redes sociales y cafeterías.


Tengo un facebook, como millones de personas en todo el planeta. Lo abrí hace unos años (antes del boom) porque una amiga que vive fuera de la ciudad, lejos, me lo recomendó y me dijo que de esa manera podríamos estar algo más en contacto y todas esas cosas. Hoy lo mantengo porque me gustan algunos de sus juegos y porque (debo reconocerlo) uno se acostumbra a tener esa ventana al mundo, a las vidas de los demás, y a compartir en ese apartado de "¿qué estás pensando?" tus cabreos cotidianos, lo último que has hecho o cosas por el estilo. Nunca más allá. Solo algunos retazos de estupideces varias, algún comentario mordaz, algún grito de vez en cuando, algún link a algo que me ha gustado y ya está. La mayoría de gente que tengo agregada hace lo mismo y de ello resulta que hasta puedes llegar a pasar un rato agradable o, incluso, a compartir tu estado de ánimo (del tipo: "hoy quiero matar a la humanidad" y alguien te dice. "sí, joder, yo también") y sentirte acompañado en tu historia.
Pero luego están ese otro tipo de feisbuqueros, esos por los ue escribo hoy esta entrada. Personas que se dedican a dejar en el puñetero apartado una respuesta literal a lo que piden, esto es, ¡nos aburren con lo que están pensando! Que si la felicidad es blablabla, que si debemos ser mejores personas porque blablabla, que si el sentido de la vida puagpuagpuag, y así hasta que mis ojos se cierran de puro espanto y casi debo atarme las manos para no saltar sobre el teclado y liarme a soltar improperios diversos en todos los idiomas conocidos. Pero, claro, el supuesto "buen rollo" del puñetero Facebook me lo impide. Aunque en realidad estoy en mi derecho. Véase ley nº 1 del mundo-julio: si alguien te agrega en el Facebook (o cualquier otra red social), te está permietiendo acceder a su privacidad y, al mismo tiempo, dándote derecho a opinar sobre lo que escribe. Sencillo, ¿verdad?
Dejando a un lado cuestiones legales, lo cierto es que los blogs se inventaron precisamente para eso: no rayar a quien no quiere ser rayado. Simple también. Y no me tomeis por un superficial descerebrado falto de toda noción de "profundidad" (si es que eso realmente existe). Yo también tengo mis cosas, por dios, también me he preguntado por el sentido de la vida y todo eso. Pero obsérvese lo anterior: "me he", pronombre reflexivo. ¡Reflexivo, coño! Si la palabra lo dice todo. Yo me lo guiso yo me lo como. O, en su defecto, mis amigos y yo en esas ocasiones en las que con unas cervezas te da por hablarlo y resulta de lo más entretenido e intersante. Pero yo no obligo a nadie a escuchar las desviaciones neuronales que una dieta sin verduras pueda causar.
Antes eso se hacía en las cafeterías, se cogía a un pobre desprevenido cuya intención no iba más allá que tomarse algo y charlar sobre cualquier cosa para aliviar sus cargas, y se le empezaba a soltar un rollazo pseudofilosófico sobre cualquier tema que hiciese creer al "locutor" del mismo que era un tío/a guay, a la última, muy profundo y todas esas gilipolleces. El pobre diablo acaba sin remedio en la red del absurdo y hasta es posible que, llevado por el hastío que causan los monólogos drecalcitrantes, tratase de meter baza en el asunto, sin ningún éxito, por supuesto.
Así que sí, toda esta gente que escriba un blog, o, mejor aún, que se junte en una puñetera secta de culturetas estúpidos que no tienen otra procupación en la vida que darse vueltas a sí mismos y nos dejen en paz a lo demás. ¡Ya está bien! Desde aquí os exhorto a hacerlo, le haréis un gran bien a la humanidad y yo no tendré que volver a morderme las manos en el facebook ni, por supuesto, tener que dedicaros otra entrada de este blog. Ahí es todo.

martes, 20 de abril de 2010

EGOÍSMO MULTIFORME


Los primeros usos de la palabra "egoísmo" se recogen a mediados del siglo XVIII, antes no hay nada. Su definición en el DRAE es: Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Es decir: antes del siglo XVIII, al parecer, las personas se cuidaban e interesaban debidamente y en su justa medida por los demás y, hoy en día, cualquier exceso con respecto a nosotros mismos es egoísta o, lo que es peor, síntoma inequívoco de egolatrismo. Claro está, ninguna de las dos cosas es correcta.
Es cierto que un equilibrio entre nosotros y los demás, al menos uno sano, es complicado, y muchas veces conlleva tener que tragarnos el orgullo, contar hasta tres para decir algo, llevar a cabo sesiones de autocrítica agotadoras y tratar de no vernos como estúpidos "monicreques" al servicio de los gustos y deseos del vulgo. Exagero, por supuesto, y no todo el esfuerzo es en vano; al contrario, la mayoría de las veces acaba resultando algo hasta bueno de todo ello.
Sin embargo, lo que sí me molesta, lo que me llena de unas ganas irreprimibles de matar a toda la maldita humanidad es la NO-RE-CI-PRO-CI-DAD. Así las cosas, nos dejamos las pestañas en tratar de comprender a los demás, en dar más que en recibir, en dilucidar los momentos en los que vamos a ser necesarios para alguien y, de repente, sin previo aviso, nos dan por el culo. Sencillamente. Sin ambages. Nos joden y ya está. No a perpetuidad (solo faltaría, pero en esos momentos escupirías hasta la última sílaba de la maldita palabra empatía y te cagarías en todos sus muertos. Porque además, el egoísmo, que es muy listo, siempre se disfraza, le encanta, ¡qué jodidamente divertido! Y se hace llamar independencia y cosas por el estilo.
Pues ya está bien, hombre. Hay que echarle huevos a las cosas, y si uno lo que quiere es mirarse para el culo, al menos que tenga la decencia de decírselo a la persona que también se lo está mirando; para que tenga la oportunidad de cambiar de vistas y, quién sabe, mirarse el suyo propio a ver si aprende algo.
Ahí es todo.

viernes, 16 de abril de 2010

¡Hasta las narices!

Pues las verdad es que sí. Y es que no puedo con esas pseudoreflexiones de tres al cuarto, en las que se escupe palabrarería insustancial con ínfulas de algo. NO PUEDO. Me ponen enferma, joder.
Todos, más o menos, a lo largo de nuestras vidas pensamos sobre muchas cosas (me refiero a las no tangibles, claro). Creo que hay una época especialmente prolífica para esto, esa edad en la que todavía no sabes muy hacia dónde vas y estás dándole vueltas a todo: quién eres, quién quieres ser, hacia dónde y porqué vas, qué es el amor, las relaciones hombres-mujeres... En fin, ya me entendéis. Y me parece estupendo, incluso necesario.
Pero cuando uno llega a la treintena hay cosas que deberían ir quedando atrás de una maldita vez, coño. Es que a estas alturas ya no son reflexiones, son símbolos de estancamiento intelectual y racional, al menos según cómo y porqué las formulemos. Por supuesto, dejar de preguntarnos cosas supondría la muerte de nuestra capacidad crítica y de nuestro deseo de aprendizaje. Pero ¿CÓMO COÑO ES POSIBLE QUE UNO SIGA PREGUNTÁNDOSE LAS MISMAS JODIDAS COSAS QUE HACE 10 AÑOS? Es, simplemente, estúpido, abusrdo, cargante y extenuante hasta la saciedad. Es basurilla mental que ocupa el lugar donde deberían encontrarse las nuevas preguntas que nos hayan ido surgiendo, los nuevos miedos, las nuevas experiencias sumadas cuyo resultado ha variado el almacenado hasta el momento.
Y aún a riesgo de parecer cualquier cosa negativa que la imaginación y el vocabulario del que se dispone perpetren, la verdad es que cada vez que me topo con algo por estilo lo único que puedo pensar es: "¡Joder! Deja de decir gilipolleces y centráte de una vez en algo más que en comeduras de olla postadolescentes, so imbécil descerebrad@. " Y es que, aunque parezca cruel y poco empático (eso que está tan de moda ahora), resulta que estos tipejos y tipejas que siguen pergeñando insustancialidades varias suelen ser unos egomaníacos insufribles sin el menor sentido de la realidad y con el mayor sentido de la cabroncetería.
Alejáos, pues, de ellos, porque nada bueno os podrán traer, y mucho menos aportar.
Ahí es todo.