Pues las verdad es que sí. Y es que no puedo con esas pseudoreflexiones de tres al cuarto, en las que se escupe palabrarería insustancial con ínfulas de algo. NO PUEDO. Me ponen enferma, joder.
Todos, más o menos, a lo largo de nuestras vidas pensamos sobre muchas cosas (me refiero a las no tangibles, claro). Creo que hay una época especialmente prolífica para esto, esa edad en la que todavía no sabes muy hacia dónde vas y estás dándole vueltas a todo: quién eres, quién quieres ser, hacia dónde y porqué vas, qué es el amor, las relaciones hombres-mujeres... En fin, ya me entendéis. Y me parece estupendo, incluso necesario.
Pero cuando uno llega a la treintena hay cosas que deberían ir quedando atrás de una maldita vez, coño. Es que a estas alturas ya no son reflexiones, son símbolos de estancamiento intelectual y racional, al menos según cómo y porqué las formulemos. Por supuesto, dejar de preguntarnos cosas supondría la muerte de nuestra capacidad crítica y de nuestro deseo de aprendizaje. Pero ¿CÓMO COÑO ES POSIBLE QUE UNO SIGA PREGUNTÁNDOSE LAS MISMAS JODIDAS COSAS QUE HACE 10 AÑOS? Es, simplemente, estúpido, abusrdo, cargante y extenuante hasta la saciedad. Es basurilla mental que ocupa el lugar donde deberían encontrarse las nuevas preguntas que nos hayan ido surgiendo, los nuevos miedos, las nuevas experiencias sumadas cuyo resultado ha variado el almacenado hasta el momento.
Y aún a riesgo de parecer cualquier cosa negativa que la imaginación y el vocabulario del que se dispone perpetren, la verdad es que cada vez que me topo con algo por estilo lo único que puedo pensar es: "¡Joder! Deja de decir gilipolleces y centráte de una vez en algo más que en comeduras de olla postadolescentes, so imbécil descerebrad@. " Y es que, aunque parezca cruel y poco empático (eso que está tan de moda ahora), resulta que estos tipejos y tipejas que siguen pergeñando insustancialidades varias suelen ser unos egomaníacos insufribles sin el menor sentido de la realidad y con el mayor sentido de la cabroncetería.
Alejáos, pues, de ellos, porque nada bueno os podrán traer, y mucho menos aportar.
Ahí es todo.
Todos, más o menos, a lo largo de nuestras vidas pensamos sobre muchas cosas (me refiero a las no tangibles, claro). Creo que hay una época especialmente prolífica para esto, esa edad en la que todavía no sabes muy hacia dónde vas y estás dándole vueltas a todo: quién eres, quién quieres ser, hacia dónde y porqué vas, qué es el amor, las relaciones hombres-mujeres... En fin, ya me entendéis. Y me parece estupendo, incluso necesario.
Pero cuando uno llega a la treintena hay cosas que deberían ir quedando atrás de una maldita vez, coño. Es que a estas alturas ya no son reflexiones, son símbolos de estancamiento intelectual y racional, al menos según cómo y porqué las formulemos. Por supuesto, dejar de preguntarnos cosas supondría la muerte de nuestra capacidad crítica y de nuestro deseo de aprendizaje. Pero ¿CÓMO COÑO ES POSIBLE QUE UNO SIGA PREGUNTÁNDOSE LAS MISMAS JODIDAS COSAS QUE HACE 10 AÑOS? Es, simplemente, estúpido, abusrdo, cargante y extenuante hasta la saciedad. Es basurilla mental que ocupa el lugar donde deberían encontrarse las nuevas preguntas que nos hayan ido surgiendo, los nuevos miedos, las nuevas experiencias sumadas cuyo resultado ha variado el almacenado hasta el momento.
Y aún a riesgo de parecer cualquier cosa negativa que la imaginación y el vocabulario del que se dispone perpetren, la verdad es que cada vez que me topo con algo por estilo lo único que puedo pensar es: "¡Joder! Deja de decir gilipolleces y centráte de una vez en algo más que en comeduras de olla postadolescentes, so imbécil descerebrad@. " Y es que, aunque parezca cruel y poco empático (eso que está tan de moda ahora), resulta que estos tipejos y tipejas que siguen pergeñando insustancialidades varias suelen ser unos egomaníacos insufribles sin el menor sentido de la realidad y con el mayor sentido de la cabroncetería.
Alejáos, pues, de ellos, porque nada bueno os podrán traer, y mucho menos aportar.
Ahí es todo.
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