Tengo un facebook, como millones de personas en todo el planeta. Lo abrí hace unos años (antes del boom) porque una amiga que vive fuera de la ciudad, lejos, me lo recomendó y me dijo que de esa manera podríamos estar algo más en contacto y todas esas cosas. Hoy lo mantengo porque me gustan algunos de sus juegos y porque (debo reconocerlo) uno se acostumbra a tener esa ventana al mundo, a las vidas de los demás, y a compartir en ese apartado de "¿qué estás pensando?" tus cabreos cotidianos, lo último que has hecho o cosas por el estilo. Nunca más allá. Solo algunos retazos de estupideces varias, algún comentario mordaz, algún grito de vez en cuando, algún link a algo que me ha gustado y ya está. La mayoría de gente que tengo agregada hace lo mismo y de ello resulta que hasta puedes llegar a pasar un rato agradable o, incluso, a compartir tu estado de ánimo (del tipo: "hoy quiero matar a la humanidad" y alguien te dice. "sí, joder, yo también") y sentirte acompañado en tu historia.
Pero luego están ese otro tipo de feisbuqueros, esos por los ue escribo hoy esta entrada. Personas que se dedican a dejar en el puñetero apartado una respuesta literal a lo que piden, esto es, ¡nos aburren con lo que están pensando! Que si la felicidad es blablabla, que si debemos ser mejores personas porque blablabla, que si el sentido de la vida puagpuagpuag, y así hasta que mis ojos se cierran de puro espanto y casi debo atarme las manos para no saltar sobre el teclado y liarme a soltar improperios diversos en todos los idiomas conocidos. Pero, claro, el supuesto "buen rollo" del puñetero Facebook me lo impide. Aunque en realidad estoy en mi derecho. Véase ley nº 1 del mundo-julio: si alguien te agrega en el Facebook (o cualquier otra red social), te está permietiendo acceder a su privacidad y, al mismo tiempo, dándote derecho a opinar sobre lo que escribe. Sencillo, ¿verdad?
Dejando a un lado cuestiones legales, lo cierto es que los blogs se inventaron precisamente para eso: no rayar a quien no quiere ser rayado. Simple también. Y no me tomeis por un superficial descerebrado falto de toda noción de "profundidad" (si es que eso realmente existe). Yo también tengo mis cosas, por dios, también me he preguntado por el sentido de la vida y todo eso. Pero obsérvese lo anterior: "me he", pronombre reflexivo. ¡Reflexivo, coño! Si la palabra lo dice todo. Yo me lo guiso yo me lo como. O, en su defecto, mis amigos y yo en esas ocasiones en las que con unas cervezas te da por hablarlo y resulta de lo más entretenido e intersante. Pero yo no obligo a nadie a escuchar las desviaciones neuronales que una dieta sin verduras pueda causar.
Antes eso se hacía en las cafeterías, se cogía a un pobre desprevenido cuya intención no iba más allá que tomarse algo y charlar sobre cualquier cosa para aliviar sus cargas, y se le empezaba a soltar un rollazo pseudofilosófico sobre cualquier tema que hiciese creer al "locutor" del mismo que era un tío/a guay, a la última, muy profundo y todas esas gilipolleces. El pobre diablo acaba sin remedio en la red del absurdo y hasta es posible que, llevado por el hastío que causan los monólogos drecalcitrantes, tratase de meter baza en el asunto, sin ningún éxito, por supuesto.
Así que sí, toda esta gente que escriba un blog, o, mejor aún, que se junte en una puñetera secta de culturetas estúpidos que no tienen otra procupación en la vida que darse vueltas a sí mismos y nos dejen en paz a lo demás. ¡Ya está bien! Desde aquí os exhorto a hacerlo, le haréis un gran bien a la humanidad y yo no tendré que volver a morderme las manos en el facebook ni, por supuesto, tener que dedicaros otra entrada de este blog. Ahí es todo.
Pero luego están ese otro tipo de feisbuqueros, esos por los ue escribo hoy esta entrada. Personas que se dedican a dejar en el puñetero apartado una respuesta literal a lo que piden, esto es, ¡nos aburren con lo que están pensando! Que si la felicidad es blablabla, que si debemos ser mejores personas porque blablabla, que si el sentido de la vida puagpuagpuag, y así hasta que mis ojos se cierran de puro espanto y casi debo atarme las manos para no saltar sobre el teclado y liarme a soltar improperios diversos en todos los idiomas conocidos. Pero, claro, el supuesto "buen rollo" del puñetero Facebook me lo impide. Aunque en realidad estoy en mi derecho. Véase ley nº 1 del mundo-julio: si alguien te agrega en el Facebook (o cualquier otra red social), te está permietiendo acceder a su privacidad y, al mismo tiempo, dándote derecho a opinar sobre lo que escribe. Sencillo, ¿verdad?
Dejando a un lado cuestiones legales, lo cierto es que los blogs se inventaron precisamente para eso: no rayar a quien no quiere ser rayado. Simple también. Y no me tomeis por un superficial descerebrado falto de toda noción de "profundidad" (si es que eso realmente existe). Yo también tengo mis cosas, por dios, también me he preguntado por el sentido de la vida y todo eso. Pero obsérvese lo anterior: "me he", pronombre reflexivo. ¡Reflexivo, coño! Si la palabra lo dice todo. Yo me lo guiso yo me lo como. O, en su defecto, mis amigos y yo en esas ocasiones en las que con unas cervezas te da por hablarlo y resulta de lo más entretenido e intersante. Pero yo no obligo a nadie a escuchar las desviaciones neuronales que una dieta sin verduras pueda causar.
Antes eso se hacía en las cafeterías, se cogía a un pobre desprevenido cuya intención no iba más allá que tomarse algo y charlar sobre cualquier cosa para aliviar sus cargas, y se le empezaba a soltar un rollazo pseudofilosófico sobre cualquier tema que hiciese creer al "locutor" del mismo que era un tío/a guay, a la última, muy profundo y todas esas gilipolleces. El pobre diablo acaba sin remedio en la red del absurdo y hasta es posible que, llevado por el hastío que causan los monólogos drecalcitrantes, tratase de meter baza en el asunto, sin ningún éxito, por supuesto.
Así que sí, toda esta gente que escriba un blog, o, mejor aún, que se junte en una puñetera secta de culturetas estúpidos que no tienen otra procupación en la vida que darse vueltas a sí mismos y nos dejen en paz a lo demás. ¡Ya está bien! Desde aquí os exhorto a hacerlo, le haréis un gran bien a la humanidad y yo no tendré que volver a morderme las manos en el facebook ni, por supuesto, tener que dedicaros otra entrada de este blog. Ahí es todo.
2 comentarios:
Querido Julio, te adoro. Facebook, tú y yo lo sabemos, porque también compartimos de vez en cuando pensamientos, es como la vida misma. El otro día me decía un agregado a mi página de facebook que yo tenía pocos amigos (68) que para ser guay en facebook, mínimo 100; yo asustada me quedé pensando en que ya me había planteado más de una vez eliminar a al menos la mitad que en su día acepté por compromiso y que ahora debido a eso que dices tú del "El buen rollo" no puedo quitármelos de encima; aunque tengo un truco (ji,ji)he bloqueado la mayoría de las cosas para que mi muro sea aburrido y no quieran entrar.
Jajaja, me parece una solución genial. La verdad es que yo cada vez participo menos precisamente por lo mismo. Ahora tengo poco tiempo, pero prefiero (cuando puedo) compartir lo que pienso delante de un buen café vienés (descafeinado) un día de sol en la terracita del Universal. No tiene precio.
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