lunes, 24 de mayo de 2010

MISCELÁNEA


Cuando era pequeño tuve una época en la que me dolía el oído derecho prácticamente todas las noches. Mi madre se levantaba conmigo a altas horas, la pobre, y me ponía unas gotas; después siempre me ofrecía su calor para calmar el dolor (tiempo después descubrimos que tengo el no sé qué jodido y tengo que operarme, pero esa es otra historia). El caso es que yo, en lugar de aceptar de buen grado la oferta de mi madre, me tapaba el oído con una mano y con la otra en alto, cerrado el puño, paseaba a un lado y otro del pasillo hasta que el dolor desaparecía. Es decir, me ponía de mala ostia. Esta "costumbre" (pues es algo instintivo) la he tenido siempre. De pequeño cada vez que me caía o me hacía daño, me cabreaba, no lloraba ni llamaba a mis padres, simplemente me cabreaba y no dejaba que nadie me ayudase.
Hoy en día me paro a pensarlo, a recordar todo aquello y no encuentro una explicación; pero lo cierto es que me sigue ocurriendo. Cada vez que algo me duele, me decepciona, me frustra, me parece injusto y un largo etcétera mi primera reacción es el más absoluto de los cabreos. Me sube la mala leche desde el estómago y nubla mi razón (en ocasiones, solo unos segundos; en otras, más de lo que debería).
Hoy mi sistema defensivo ha decidido matar múltiples pájaros de un tiro, y la mala leche se reparte entre diversas opciones:
1- Tema curro: con las injusticias del jefe campando a sus anchas (en junio se suelen recrudecer); las confabulaciones absurdas de compañeros que no encuentran otra salida a su frustración; las mentiras, dimes y diretes de las personas que no tienen otra cosa en la vida; la falta de tiempo para respirar (y, ya de paso, dejar salir la mala ostia en un entorno seguro -como los de las pruebas de la maldita bomba H-). En fin, ya sabéis, las cosas de todos los días.
2- Temas personales. Las complejidades del rencor, las dificultades del perdón, lo mucho que nos cuesta reconocer nada... Y un largo etcétera con el que no quiero aburriros.
Así las cosas, y viendo en retrospectiva que mis cabreos tienen su raíz más profunda en aquello que duele (de uno u otro modo), me pregunto qué será mejor: ¿sufrir a tiempo, dejarse devastar por el dolor, como una catarsis necesaria para salir adelante...o esgrimir la frustración que todo ello produce como arma de un solo filo? Sea lo que fuere, dudo mucho que a mi edad eso pueda cambiar ya.
En la calle llueve a mares, ¿qué propio, no?

4 comentarios:

Lucilíndala dijo...

el viernes me sentía de manera parecida a lo que expresas hoy aquí y pensé "es la guerra" pero hablé con una amiga, salí a la calle, tomé algo con otras amigas y dije...fuera el dolor...a mí sólo me importan los míos y los demás...si me quieren y me aceptan bien, sino...media vuelta y a empezar de nuevo. No sé si la próxima vez lo llevaré a cabo o si por el contrario volveré a pensar "es la guerra" pero al menos por ahora estoy tranquila

Lucilíndala dijo...

Querido Julio:
quizá necesites una mano que dé calor a tu oído o no, no lo sé. Yo no quiero tener dolor, ni sufrir, no sé cómo sobrellevar estas cosas, a mí también me afectan sobremanera. Pero ahora que llueve afuera como bien dices, una imagen viene a mi mente. Salir por la puerta del trabajo, respirar hondo y, como hacen los perros cuando secan su pelo después del baño o tras empaparse de lluvia, sacudirse el mal rollo...

NooN dijo...

Querido Julio, me lo imagino de pequeño intentando pasear su dolor a solas con rabia e impotencia, genio y figura es Ud! eso demuestra gran fortaleza, ahora no es un dolor de oido y no se calma solo con calor ... ahora es la vida que nos pone pruebas, nos hace preguntas, yo con 44, casi 45 le digo que aunque en esencia seamos siempre los mismos,ya no lo somos :)

Julio dijo...

Me gusta el ejemplo que pones del perro, querida moonlight; en esencia es lo mismo que me cuentas en el segundo comentario, eso de salir con amigos y sacurdirse el mal rollo. Completamente de acuerdo.
También me da qué pensar lo que dice usted, querida Noon, siempre he pensado que la esencia permanece pero la sustancia cambia. Algo así, creo, es lo que propugnan los budistas al hablar de la reencarnación. Solo que la nuestra es en la misma vida, supongo que por ello más difícil.
Gracias a las dos por vuestros comentarios, siempre son de gran ayuda.