lunes, 31 de mayo de 2010

Diccionarios, realidades y guarderías


Recientes conversaciones me han llevado a reflexionar sobre un tema que ya venía pesando en mi cabeza, porque en los últimos meses me lo había encontrado en diferentes ámbitos de mi vida (dos de los pocos que tengo, claro): en el trabajo y entre mis amigos. Y no es otro que el comportamiento al más puro estilo berrinche que asola, al parecer, a ciertos (muchos) seres adultos. Un modus operandi que me recuerda a la guardería, cuando te gustaba una niña, y en lugar de darle una de tus galletas le propinabas una, en señal de reconocimiento, eso sí. Pero la pobre niña se echaba a llorar pensando, quizás, que tú eras un matón de guardería y, probablemente, un imbécil.
Así las cosas, he buscado la definición de "adulto" en el DRAE (mi opinión sobre este particular me la guardo para el otro Blog). En fin, el término posee tres acepciones, de las cuales,las dos primeras son:
1. adj. Llegado a su mayor crecimiento o desarrollo. Persona adulta. Animal adulto. U. t. c. s.

2. adj. Llegado a cierto grado de perfección, cultivado, experimentado. Una nación adulta.

Curioso. Perfección, experiencia, grado último de desarrollo... Al principio, pienso, es otra de tantas obsolescencias y absurdos de nuestro "querido diccionario". Pero en una segunda ráfaga de ideas me doy cuenta de que, quizá, el problema sean las definiciones de los otros conceptos. Y así, para adecuarse a lo que verdaderamente ocurre con gran parte de la humanidad, "experiencia" sería el bagaje de putadas que nos han hecho, las veces que nos han roto el corazón, el número de ocasiones en las que nos han mentido, los amigos que creíamos y no eran, los que fueron y dejaron de serlo, las zancadillas en el curro, las envidias que nos han jodido buenos momentos, la no comunicación a tiempo y las suposiciones pervertidas por los miedos subjetivos... y un largo etcétera. "Perfección", por tanto, se ha convertido en el arte de regurgitar todo lo anterior hecho pasta, hecho masa infecta que lanzar a los demás, a los otros, de los que ya no nos fiamos porque los pensamos como al resto, porque los metemos en el pozo del "todo ha valido contra mí, así que ahora preparáos". De este modo, ese "grado último de desarrollo" se convierte en visión maquiavélica del universo que nos rodea. Y pensamos, pobres de nosotros, que somos adultos, que hemos aprendido mucho y que ya no hay un maldito ser en la faz de la Tierra que nos vuelva a pillar con los pantalones bajados.
¿La conclusión? Que nos vemos obligados a caminar pisando jodidas minas antipersona, no sea que nos estallen en la cara si decidimos sentarnos, tan tranquilos, a disfrutar del sol, de la brisa, de la tranquilidad de ser adultos, ese momento en el que creímos, engañados, que una patada era una patada y una galleta, un dulce.
Yo, que por supuesto no me libro tampoco (para ello debería retirarme a una cueva solitaria y, quizá, volverme loco), opto por ser, entonces, lo menos adulto posible y retomar mis sueños de la infancia: pasarlo bien, disfrutar de la vida y jugar con mis amigos. Y, si alguna vez, me tomo demasiado en serio el juego, gracias a ¿dios? no me faltan compañeros de guardería que me dan un capón y me dicen: "¿Pero qué haces, hombre? ¿No ves que ese ya no quiere jugar?"

lunes, 24 de mayo de 2010

MISCELÁNEA


Cuando era pequeño tuve una época en la que me dolía el oído derecho prácticamente todas las noches. Mi madre se levantaba conmigo a altas horas, la pobre, y me ponía unas gotas; después siempre me ofrecía su calor para calmar el dolor (tiempo después descubrimos que tengo el no sé qué jodido y tengo que operarme, pero esa es otra historia). El caso es que yo, en lugar de aceptar de buen grado la oferta de mi madre, me tapaba el oído con una mano y con la otra en alto, cerrado el puño, paseaba a un lado y otro del pasillo hasta que el dolor desaparecía. Es decir, me ponía de mala ostia. Esta "costumbre" (pues es algo instintivo) la he tenido siempre. De pequeño cada vez que me caía o me hacía daño, me cabreaba, no lloraba ni llamaba a mis padres, simplemente me cabreaba y no dejaba que nadie me ayudase.
Hoy en día me paro a pensarlo, a recordar todo aquello y no encuentro una explicación; pero lo cierto es que me sigue ocurriendo. Cada vez que algo me duele, me decepciona, me frustra, me parece injusto y un largo etcétera mi primera reacción es el más absoluto de los cabreos. Me sube la mala leche desde el estómago y nubla mi razón (en ocasiones, solo unos segundos; en otras, más de lo que debería).
Hoy mi sistema defensivo ha decidido matar múltiples pájaros de un tiro, y la mala leche se reparte entre diversas opciones:
1- Tema curro: con las injusticias del jefe campando a sus anchas (en junio se suelen recrudecer); las confabulaciones absurdas de compañeros que no encuentran otra salida a su frustración; las mentiras, dimes y diretes de las personas que no tienen otra cosa en la vida; la falta de tiempo para respirar (y, ya de paso, dejar salir la mala ostia en un entorno seguro -como los de las pruebas de la maldita bomba H-). En fin, ya sabéis, las cosas de todos los días.
2- Temas personales. Las complejidades del rencor, las dificultades del perdón, lo mucho que nos cuesta reconocer nada... Y un largo etcétera con el que no quiero aburriros.
Así las cosas, y viendo en retrospectiva que mis cabreos tienen su raíz más profunda en aquello que duele (de uno u otro modo), me pregunto qué será mejor: ¿sufrir a tiempo, dejarse devastar por el dolor, como una catarsis necesaria para salir adelante...o esgrimir la frustración que todo ello produce como arma de un solo filo? Sea lo que fuere, dudo mucho que a mi edad eso pueda cambiar ya.
En la calle llueve a mares, ¿qué propio, no?

domingo, 16 de mayo de 2010

Solo por hoy: harto de estar harto


Hoy, tras un fin de semana (al que aún le queda mucho) en el que el descanso ha hecho mella (al fin) y cuyo más importante componente ha sido poder compartirlo con la persona a la que quiero (llamésmola Manuela), me he despertado MUY BUEN HUMOR. He dejado atrás el cansancio del alma que me acompañaba, el hastío por recientes sucesos, el microchip de necesaria hipocresía del trabajo, la preocupación por asuntos futuros y futuribles, y me ha inundado una sensación cojonuda, qué demonios.
Así que sí: hoy estoy harto de estar harto. Para ser exactos: no estoy harto en absoluto de nada, y quizá, de lo único que me gustaría estarlo es de todo lo bueno que tantas veces me pierdo en mi deambular por las calles llenas de Hydes.
Hoy (y sin que sirva de precedente, pues la esencia del blog es la que es), le dedico a Manuela mi entrada y me viene a la mente esa canción que ella me descubrió hace ya un año cantada por Ellis Regina y Jobim (aunque no sé si es suya o no) que lleva por título: "Só tinha de ser com voÇê".
Como el tiempo apremia y he de irme a cocinar un exquisito pescado al horno, no agrego en el blog la canción, pera sí recomiendo que la escuchéis y, así, compartáis conmigo, en este maravilloso y soleado domingo, esta sensación de que todo marcha bien.

viernes, 14 de mayo de 2010

Los cobardes y las fiestas sorpresa


¡Ha vuelto! Ya tengo un poquitín de bilis para compartir. Y es que esta tarde de viernes, tras una siesta merecida, he recobrado el ánima y el ánimo maligno que inspira este blog. Noticias frescas son las que los han reincentivado. Os cuento:
Hace unas semanas compartía con vosotros la desazón que me había provocado una disputa con un amigo y reflexionaba sobre la valentía de la coherencia y la cobardía de la hipocresía o, en su defecto, el silencio que otorga. Pues bien, esta tarde me he enterado de algo que, por injusto, aunque coherente con el amigo en cuestión, me ha vuelto a sacar de mis casillas. Y no es, ni más ni menos, que una fiesta sorpresa. Una maldita celebración de la cobardía y la desfachatez. Una "party-people" organizada por este amigo concreto para aquellos que se han auspiciado siempre en las más ínfimas de las disposiciones del carácter: la cobardía y el egoísmo exacerbado o, si se quiere, la comodidad de no preocuparse demasiado por el otro que nos otorga la tranquilidad para callar, asentir y no-sentir en exceso.
Sin embargo, lo que más me molesta no es esto, es algo peor (si cabe). Es el haberme visto a mí mismo pensando que quizá me había equivocado, que era posible que esas personas sí fuesen un apoyo bueno para mi "amigo" (entrecomillado a partir de ahora y por tiempo indefinido, dadas las circunstancias). Dudé de mi decisión, de mis ideas, de mí mismo y me vi cruel y demasiado parcial. Duró unos minutos, pero fueron suficientes para cabrearme de nuevo. Y es que, pensé, es lo que me faltaba. Yo dándole vueltas al asunto, pensando en la mejor manera de arreglar la situación, asir los últimos retazos de razonabilidad sin dejar de lado mi coherencia... Y me encuentro con una jodida fiesta sorpresa, alarde de estupidez infinita, y, por supuesto, aparente despreocupación. "Ala, vamos a celebrar con mis verdaderos amigos la maravilla que es la vida y lo bonita que es la amistad". Hay que joderse.
Y es que, cada vez más, las personas nos volvemos cómodas, en todos los sentidos. Si aparecen problemas con una pareja, la dejamos, eso ya no es amor... Si en el trabajo tenemos un mal día, uy, esto no es lo mío o no sirvo para esto o me voy al paro y ya encontraré algo mejor (esto último es un pensamiento pre-crisis, por supuesto). Y si un amigo nos dice lo que no queremos oir, porque duele, porque nos autoengañamos y queremos que los demás nos sigan el rollo, pues puerta, ¡hombre!, patada en el culo y a celebrarlo. Que es lo que hay hacer. Alegrarse de tener a nuestro alrededor gente que con un movimiento afirmativo de cabeza, una oreja aparentemente atenta y unas cuantas cervezas los sábados noche nos demustre lo mucho que nos quiere y aprecia. A esa gilipollez se ha reducido todo. Nos volvemos cobardes de pensamiento, de sentimiento y de acción y no nos importa. Porque el único sabor amargo que nos permitimos es el de la cerveza en nuestro gaznate.
Así que quizá tenía razón mi querida Noon cuando me dijo-preguntó: ¿pero era tu amigo?
Ahí es todo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Memoria, trabajo y otras cosas

Tengo guardada en la memoria de mi navegador la dirección de cierto blog que leía de vez en cuando. Y no porque me interesase el material o encontrase alguna belleza y/o genialidad en su estilo. No, simplemente por la pura "maldad" de lo que comúnmente se llama despotricar. Poco sano, cierto. Me ayudaba en cierto asunto personal, en cierta decisión que había tomada. La ratificaba, y cómo, ¡oh, doy gracias por ello!
Finalmente, sin embargo, el efecto cambió. Ya no necesitaba reafirmarme, así que solo me quedaba la mala leche, Y fue cuando decidí crear este blog, mi rincón del mundo para quejarme sin trabas.
Desde entonces, me encuentro muchas veces pensando sobre qué me gustaría escribir la siguiente entrada, y se me ocurre alguna cosilla de vez en cuando. Hoy mismo, sin ir más lejos, me pasó por la cabeza algo que me pareció divertido, pero una ráfaga después había desaparecido. ¡Maldita sea! Y el motivo no fue otro que el trabajo. Tengo mucho y me ocupa demasiado tiempo, así que mis neuronas han decidio erradicar toda idea que poco o nada tenga que ver con él.
Ahí está el tema de hoy. Manido, quizá tópico, pero de esas cosas que cuando las piensas te arrancan un improperio y muchas ganas de mesarte los cabellos (al estilo de Antígona). Y es que es un maldito drama. Por mucho que a uno le guste su trabajo, lo sigue siendo.
Por que, veamos, el 90% de nuestro tiempo anual nos lo pasamos trabajando, el resto estamos tan cansados que en lo único que podemos pensar es en dormir, viajar, comer, follar... Genial todo genial. ¿Pero por qué demonios hemos dejado que eso, algo tan natural como vivir, se convierta en una excepción?
Sí, vale, vale, hace falta la pasta. No soy ningún hippie idealista. Y estabilidad, y todo eso. Pero, coño, ¿de verdad es necesario que nos robe tánto? Para empezar, la memoria. La tengo tan ocupada que últimamente me siento gilipollas. Como si todo se hubiese borrado de un plumazo. Apenas puedo tener una conversación coherente, no encuentro en ese puñetero desastre dónde he colocado las cosas que me apasionan y estoy demasiado cansado para buscar nada nuevo. Un caos. Un jodido y maldito desastre. Pero, sin duda, lo peor de todo, es que estoy tan agotado que ni siquiera me cabrea. ¡HO-RROR!

miércoles, 5 de mayo de 2010

El Spock y el McCoy que llevamos dentro


Hoy me ha molestado algo que no debería haberlo hecho, porque no es justo ni comprensivo por mi parte. Es así. Y me ha dado por pensar an algo que me dijeron una vez: "Tienes muy poco aguante para la frustración". Así es. Me fustro y no lo aguanto. Y pensando en ello, me he dado cuenta de que, claro, lo que se espera de mí, de todos nosotros, es que aguantemos con estoicidad aquello que, racionalmente, reconocemos como soportable e, incluso, digno, honesto, necesario.
Vale. Seamos sinceros. El conflicto viene dado, coño. Somos HU-MA-NOS. Y, según los científicos, lo que nos separa de los animales son, precisamente, el raciocinio y los sentimientos. Pero nos enseñan desde pequeños a ser justos, a entender a los demás y a que, y aquí viene lo importante, muchas veces tendremos que hacer y/o entender cosas que no nos gustan. Literal. Seguro. (No lo recuerdo exacto, pero sale en todas las yankipelículas de vamos a ser "japis,japis" y "viva la Navidad"). Claro, cuando nos ocurren y nos ponemos de tal mala ostia que nos gustaría decir la puñetera verdad y ser unas auténticos egoístas, nos salta el chip. El maldito chip. Y no lo hacemos. Nos paramos en seco y re-ca-pa-ci-ta-mos. Así, eso es, despacito, contando hasta 100 si hace falta, sacando a empujones el raciocinio. Y, ala, a sentirnos culpables por haber siquiera imaginado ser un poco, un poquito, un poquitín egoístas. Por habernos dejado llevar por el sentimiento que esa llamésmola "cosa" ha provocado en nosotros. Son McCoy versus Spock.
Y es que los creadores de Star Trek lo tenían claro. Siempre hay un raciocinio presente en nosotros (representado por el señor Spock) en constante lucha con la emoción (el doctor McCoy)que, juntos, nos hacen llegar a un término medio (el capitán Kirk). A lo largo de toda la serie, los protaginistas se ven inmersos constantemente en situaciones de vida o muerte, deben pensar con rapidez para salvar sus traseros. Y suelen ocurrir tres cosas:
1- Spock hace una propuesta que a McCoy le parece del todo inhumana y supone arriesgar vidas.
2- McCoy insinúa una solución excesivamente emocional a la que Spock contesta invariablemente: "Doctor, permítame decirle que eso no es en absoluto lógico".
3- A Kirk, tras el calentón inicial, se le ocurre una solución inesperada.
Como es obvio, en las tres ocasiones el plan tendrá éxito.
¿No está más que clara la metáfora? El ser humano fragmentado en tres personajes, que, a pesar de sus diferencias, son amigos. Y funciona, vaya si funciona.
Pero nosotros somos uno, no tres, y resulta mucho más complejo discutir con uno mismo. Ya no digamos llegar a un punto medio.
Entiendo para qué sirve todo esto y sé que es necesario. Pero, demonios,a veces, solo a veces, me gustaría tanto mandar al maldito Spock a darse un garbeo y hacerle caso a mi doctor McCoy. Mandar al carajo lo que se supone que es justo y ecuánime y disfrutar, por un momento, del placer de ser jodidamente egoísta y, sobre todo, más que nada, irracional. ILÓGICA. Si no fuese porque Spock siempre regresa y nos trae el regalo de la culpabilidad...

domingo, 2 de mayo de 2010

Límites y culpables.

Recientes acontecimientos me han hecho replantearme algunas cosas y, la verdad, es inquietante. Me han hecho recordar nociones básicas de la Filosofía aprendidas en la Universidad que me han llevado al estado actual. No me gusta. Na-da.
Recuerdo haber estudiado aquello de la verdad y la Verdad. La primera consistía en nuestra percepción del mundo, individual, subjetiva y, por tanto, sesgada. La segunda era la indiscutible, aquella que no un individuo, sino un grupo, tomaba por tal y que, en consecuencia, se entendía como cierta. Ninguna de las dos alcanzaba la categoría de axioma. En realidad, apenas hay nada que la alcance. Así las cosas, retrocedo 48 horas y veo todo mucho más confuso que hace 72. Por que durante largo tiempo tuve bien amarrada mi verdad, me servía de ella para tener opiniones sobre cierto tema y no dudaba de su verosimilitud y fidelidad, ya que la apoyaba por lo que yo, ingenuamente, consideraba hechos. Además, también era una Verdad dado que la compartimos un grupo de personas. Todo claro, ¿no? Y simple.
Pues bien, hace 48 horas, tras sufrir un leve ataque personal, esas Vverdades salieron de mi boca convertidas en terribles acusaciones, monstruos de siete caras, hidras venenosas. Y si bien es cierto que durante cierto tiempo consideré propio todo el proceso, ahora, dos días después, me asaltan las dudas. Dudas sobre los límites interpersonales, dudas sobre dónde parar de compartir esas Vverdades con alguien que tiene las suyas propias, tan opuestas. ¿Dónde se encuentra la jodida frontera que nuca se debe cruzar? No lo sé, pero estoy seguro de que la sobrevolé con creces. Ya no puedo retroceder, ya que es claro que dije lo que aún pienso, y no sería coherente deshacerlo. Sin embargo, tengo una terrible comprensión de las nefastas consecuencias. Y el resumen es que he perdido. He perdido algo mucho más importante que la maldita Vverdad. Solo es un atisbo, pero lo veo claro. El precio de ser coherente, de defender lo que creo que es propio es jodidamente alto. Para empezar, la culpabilidad aparece y no se despega. Araña los poros de la piel, se introduce en tu organismo y te envenena por dentro. Respiras, sí, pero a qué precio.
Hoy estoy harto de mí, de mi puñetera costumbre de no cerrar el pico cuando aún hay tiempo. De no saber callar cuando me gritan las palabras y se dan cabezazos en mi cabeza, dura como una piedra. Soy coherente y tuve los huevos suficientes como para demostrarlo. Sí. Pero, siceramente, esta no es la primera vez. Y en ocasiones como esta, preferiría ser más cobarde, más comedido, saber tragar más mierda y no perder a un amigo. El precio es demasiado alto y, qué le vamos a hacer, no me compensa. La próxima vez dedico una entrada del blog a escribir insultos en todos los idiomas y a ver si así consigo cerrar la puta boca y dejar la maldita coherencia de lado.
Ahí es todo.