viernes, 30 de abril de 2010

Especies en extinción.

En España, como en muchos otros países del mundo, existen muchas especies que están a punto de extinguirse: el lince ibérico, el lobo, el urogallo y hasta los pobres borricos. En todos los casos, hay asociaciones que tratan de impedirlo, puesto que su completa desaparición supondría, una vez más, que el ser humano más que ser es un puñetero virus (no andaban desencaminados los hermanos Wachowski). Toda una serie de indefensos animales que, arrastrados por nuestro implacable ansia de autodestrucción, se ven avocados a la suya propia.
Sin embargo, hay otras especies que siempre han estado en peligro y que, cada vez más, ven reducido su espectro de actuación y deben convertirse en otra cosa (si es que no siempre han sido otra). Y ahí es donde se encuentran nuestros bien amados buenos compañeros de trabajo. Esos que te apoyan, que te echan un cable cuando estás pillado, que te dan ánimos el día que al jefe (estos sí que nunca se extinguirán) le ha dado por echarte la bronca o joderte con algún trabajillo extra. Es decir, un sano corporativismo exento de falsedades y lavadas de manos. Pero no nos engañemos, con la competitividad campando a sus anchas por las esquinas, nos vamos volviendo más sibilinos, menos compañeros y mcuho más hijos de puta. Aunque solo sea por nuestra clara pasividad, no hay posicionamientos (a no ser aquellos que consisten en girarse hasta la extenuación para darle un poco de brillo a nuestros jodidos culos).
Por otro lado, existen algunos trabajos en los que la competitividad queda fuera de lugar, como, por ejemplo, el sector educativo. Por que, vamos a ver,una vez que tienes tu plaza (con tu especialidad añadida), no hay posibilidades de quitarle el puesto a nadie y tampoco de "crecer" en la empresa. Eres el profesor de blablabla y punto. ¿Cómo es posible que, incluso ahí, crezcan como setas los cabrones, los falsos, los hipócritas y los toca huevos? Los pelotas, vale, son un mal social extendido. Pero el resto... ¡Hay que joderse!
Lo peor no es eso, ni siquiera. Lo peor es que o estás con ellos o contra ellos. O te unes al "vamos a poner a parir a este o a esta" o vas aviado. Ya puedes comprarte un paracaídas resistente y perfumado (el olor a mierda es insufrible). Ya puedes hacer oídos sordos y ojos sordos a las miradas de desconfianza, a los cuchicheos a tus espaldas; ya puedes cerrar tu mente a la maledicencia que se te ocurra. No puedes, no debes ser individuo. Debes ser masa informe y plegarte a sus modas caprichosas o estar solo. Convertirte en un satélite independiente que nada refleje. Un espejismo de sus gilipolleces, una sonrisa fingida y una acitud humilde.
Tampoco se le debe ocurrir a uno hacer demasiado bien su trabajo, o llevarse bien con personas dispares de varios "bandos" o tomarse las cosas en serio. Y, por supuesto, no se te ocurra llevarles la contrarias abiertamente, te acusarán de ser poco corporativista.
El individuo desparece o muere. O SOBREVIVE. Claro está. Su-per-vi-ven-cia.
Curioso que allí donde se debe enseñar a los chavales a ser buenas personas, buenos compañeros, sean precisamente los que lo hacen quienes no saben dar un jodido paso por nadie más que sus cultos y licenciados culos.
¡Viva la independencia! Que diría Zapata.
Ahí es todo.

sábado, 24 de abril de 2010

Pseudofilosofía, redes sociales y cafeterías.


Tengo un facebook, como millones de personas en todo el planeta. Lo abrí hace unos años (antes del boom) porque una amiga que vive fuera de la ciudad, lejos, me lo recomendó y me dijo que de esa manera podríamos estar algo más en contacto y todas esas cosas. Hoy lo mantengo porque me gustan algunos de sus juegos y porque (debo reconocerlo) uno se acostumbra a tener esa ventana al mundo, a las vidas de los demás, y a compartir en ese apartado de "¿qué estás pensando?" tus cabreos cotidianos, lo último que has hecho o cosas por el estilo. Nunca más allá. Solo algunos retazos de estupideces varias, algún comentario mordaz, algún grito de vez en cuando, algún link a algo que me ha gustado y ya está. La mayoría de gente que tengo agregada hace lo mismo y de ello resulta que hasta puedes llegar a pasar un rato agradable o, incluso, a compartir tu estado de ánimo (del tipo: "hoy quiero matar a la humanidad" y alguien te dice. "sí, joder, yo también") y sentirte acompañado en tu historia.
Pero luego están ese otro tipo de feisbuqueros, esos por los ue escribo hoy esta entrada. Personas que se dedican a dejar en el puñetero apartado una respuesta literal a lo que piden, esto es, ¡nos aburren con lo que están pensando! Que si la felicidad es blablabla, que si debemos ser mejores personas porque blablabla, que si el sentido de la vida puagpuagpuag, y así hasta que mis ojos se cierran de puro espanto y casi debo atarme las manos para no saltar sobre el teclado y liarme a soltar improperios diversos en todos los idiomas conocidos. Pero, claro, el supuesto "buen rollo" del puñetero Facebook me lo impide. Aunque en realidad estoy en mi derecho. Véase ley nº 1 del mundo-julio: si alguien te agrega en el Facebook (o cualquier otra red social), te está permietiendo acceder a su privacidad y, al mismo tiempo, dándote derecho a opinar sobre lo que escribe. Sencillo, ¿verdad?
Dejando a un lado cuestiones legales, lo cierto es que los blogs se inventaron precisamente para eso: no rayar a quien no quiere ser rayado. Simple también. Y no me tomeis por un superficial descerebrado falto de toda noción de "profundidad" (si es que eso realmente existe). Yo también tengo mis cosas, por dios, también me he preguntado por el sentido de la vida y todo eso. Pero obsérvese lo anterior: "me he", pronombre reflexivo. ¡Reflexivo, coño! Si la palabra lo dice todo. Yo me lo guiso yo me lo como. O, en su defecto, mis amigos y yo en esas ocasiones en las que con unas cervezas te da por hablarlo y resulta de lo más entretenido e intersante. Pero yo no obligo a nadie a escuchar las desviaciones neuronales que una dieta sin verduras pueda causar.
Antes eso se hacía en las cafeterías, se cogía a un pobre desprevenido cuya intención no iba más allá que tomarse algo y charlar sobre cualquier cosa para aliviar sus cargas, y se le empezaba a soltar un rollazo pseudofilosófico sobre cualquier tema que hiciese creer al "locutor" del mismo que era un tío/a guay, a la última, muy profundo y todas esas gilipolleces. El pobre diablo acaba sin remedio en la red del absurdo y hasta es posible que, llevado por el hastío que causan los monólogos drecalcitrantes, tratase de meter baza en el asunto, sin ningún éxito, por supuesto.
Así que sí, toda esta gente que escriba un blog, o, mejor aún, que se junte en una puñetera secta de culturetas estúpidos que no tienen otra procupación en la vida que darse vueltas a sí mismos y nos dejen en paz a lo demás. ¡Ya está bien! Desde aquí os exhorto a hacerlo, le haréis un gran bien a la humanidad y yo no tendré que volver a morderme las manos en el facebook ni, por supuesto, tener que dedicaros otra entrada de este blog. Ahí es todo.

martes, 20 de abril de 2010

EGOÍSMO MULTIFORME


Los primeros usos de la palabra "egoísmo" se recogen a mediados del siglo XVIII, antes no hay nada. Su definición en el DRAE es: Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Es decir: antes del siglo XVIII, al parecer, las personas se cuidaban e interesaban debidamente y en su justa medida por los demás y, hoy en día, cualquier exceso con respecto a nosotros mismos es egoísta o, lo que es peor, síntoma inequívoco de egolatrismo. Claro está, ninguna de las dos cosas es correcta.
Es cierto que un equilibrio entre nosotros y los demás, al menos uno sano, es complicado, y muchas veces conlleva tener que tragarnos el orgullo, contar hasta tres para decir algo, llevar a cabo sesiones de autocrítica agotadoras y tratar de no vernos como estúpidos "monicreques" al servicio de los gustos y deseos del vulgo. Exagero, por supuesto, y no todo el esfuerzo es en vano; al contrario, la mayoría de las veces acaba resultando algo hasta bueno de todo ello.
Sin embargo, lo que sí me molesta, lo que me llena de unas ganas irreprimibles de matar a toda la maldita humanidad es la NO-RE-CI-PRO-CI-DAD. Así las cosas, nos dejamos las pestañas en tratar de comprender a los demás, en dar más que en recibir, en dilucidar los momentos en los que vamos a ser necesarios para alguien y, de repente, sin previo aviso, nos dan por el culo. Sencillamente. Sin ambages. Nos joden y ya está. No a perpetuidad (solo faltaría, pero en esos momentos escupirías hasta la última sílaba de la maldita palabra empatía y te cagarías en todos sus muertos. Porque además, el egoísmo, que es muy listo, siempre se disfraza, le encanta, ¡qué jodidamente divertido! Y se hace llamar independencia y cosas por el estilo.
Pues ya está bien, hombre. Hay que echarle huevos a las cosas, y si uno lo que quiere es mirarse para el culo, al menos que tenga la decencia de decírselo a la persona que también se lo está mirando; para que tenga la oportunidad de cambiar de vistas y, quién sabe, mirarse el suyo propio a ver si aprende algo.
Ahí es todo.

viernes, 16 de abril de 2010

¡Hasta las narices!

Pues las verdad es que sí. Y es que no puedo con esas pseudoreflexiones de tres al cuarto, en las que se escupe palabrarería insustancial con ínfulas de algo. NO PUEDO. Me ponen enferma, joder.
Todos, más o menos, a lo largo de nuestras vidas pensamos sobre muchas cosas (me refiero a las no tangibles, claro). Creo que hay una época especialmente prolífica para esto, esa edad en la que todavía no sabes muy hacia dónde vas y estás dándole vueltas a todo: quién eres, quién quieres ser, hacia dónde y porqué vas, qué es el amor, las relaciones hombres-mujeres... En fin, ya me entendéis. Y me parece estupendo, incluso necesario.
Pero cuando uno llega a la treintena hay cosas que deberían ir quedando atrás de una maldita vez, coño. Es que a estas alturas ya no son reflexiones, son símbolos de estancamiento intelectual y racional, al menos según cómo y porqué las formulemos. Por supuesto, dejar de preguntarnos cosas supondría la muerte de nuestra capacidad crítica y de nuestro deseo de aprendizaje. Pero ¿CÓMO COÑO ES POSIBLE QUE UNO SIGA PREGUNTÁNDOSE LAS MISMAS JODIDAS COSAS QUE HACE 10 AÑOS? Es, simplemente, estúpido, abusrdo, cargante y extenuante hasta la saciedad. Es basurilla mental que ocupa el lugar donde deberían encontrarse las nuevas preguntas que nos hayan ido surgiendo, los nuevos miedos, las nuevas experiencias sumadas cuyo resultado ha variado el almacenado hasta el momento.
Y aún a riesgo de parecer cualquier cosa negativa que la imaginación y el vocabulario del que se dispone perpetren, la verdad es que cada vez que me topo con algo por estilo lo único que puedo pensar es: "¡Joder! Deja de decir gilipolleces y centráte de una vez en algo más que en comeduras de olla postadolescentes, so imbécil descerebrad@. " Y es que, aunque parezca cruel y poco empático (eso que está tan de moda ahora), resulta que estos tipejos y tipejas que siguen pergeñando insustancialidades varias suelen ser unos egomaníacos insufribles sin el menor sentido de la realidad y con el mayor sentido de la cabroncetería.
Alejáos, pues, de ellos, porque nada bueno os podrán traer, y mucho menos aportar.
Ahí es todo.