Supongo que se debe a estos días ociosos, también tiene algo que ver un detalle reciente (detonante, pero no tema central), lo cierto es que llevo un par de días dándole vueltas a ciertos conceptos, tales como la misantropía, la amistad o la vida social; rumiando sensaciones para convertirlas en un pensamiento coherente que me permita avanzar, aunque sea (como ahora lo imagino)por un estrecho sendero de tierra yerma.
Reconozco que en los últimos años me ha abandonado (o dejado ir, no lo tengo claro) aquella antigua capacidad mía para socializar constantemente: "tomamos un café", "vamos a una exposición o al cine", "damos una vuelta"... Cierto que todo lo anterior ahora lo llevo a cabo con mia pareja; y cierto que es algo habitual en los que contamos treinta o más que nuestro círculo se reduzca (poco tiempo y obligaciones varias nos conducen a ello). Perfecto. Por otro lado, necesito mi tiempo libre incólume, libre de ataduras sociales, poder disponer de una tarde o de un día enteros para hacer lo que me venga en gana, sin tener que dar cuentas a nadie y olvidando, por una vez, la urgencia de la vida. El resultado no es otro que pocos amigos en la agenda. Buenos amigos con los que paso ratos estupendos y a los que sé que puedo acudir en caso de necesidad o hastíos varios, o simplemente para tomar un café.
Y es entonces cuando me asalta ese sentimiento de pérdida y la maldita mezcla entre tristeza y culpabilidad. Requiem por los que ya no están. Y no puedo evitar cuestionarme el motivo de sus ausencias, de la de cada uno de ellos. Trato de exorcizarlos a través de los vericuetos de los tópicos (la vida es así; cada uno escoge un camino; unos vienes y otros se van y bla, bla, bla), caminando silencioso mis recuerdos. Y esgrimiendo el arma consabida de la lógica doy unos estoques certeros a toda esta cuestión harto pueril (me digo), al fin y al cabo tampoco es que los extrañe (¿cómo echar de menos algo que hace tiempo has perdido?). Y, finalmente, agotado, creo hallar la solución, al menos una idea pasajera benigna que me regala unas cuantas endorfinas para ir tirando. Me convenzo (¿será cierto?) de que yo mismo he cambiado, que no han sido más que elecciones las que me han traído aquí, este lugar donde habito tranquilo,aquejado del mal antiguo y ambiguo del ser humano: el pasado. Y cada vez que termino el recorrido, me sonrío ante la sencillez del resultado. No sé porqué me sorprende.
Reconozco que en los últimos años me ha abandonado (o dejado ir, no lo tengo claro) aquella antigua capacidad mía para socializar constantemente: "tomamos un café", "vamos a una exposición o al cine", "damos una vuelta"... Cierto que todo lo anterior ahora lo llevo a cabo con mia pareja; y cierto que es algo habitual en los que contamos treinta o más que nuestro círculo se reduzca (poco tiempo y obligaciones varias nos conducen a ello). Perfecto. Por otro lado, necesito mi tiempo libre incólume, libre de ataduras sociales, poder disponer de una tarde o de un día enteros para hacer lo que me venga en gana, sin tener que dar cuentas a nadie y olvidando, por una vez, la urgencia de la vida. El resultado no es otro que pocos amigos en la agenda. Buenos amigos con los que paso ratos estupendos y a los que sé que puedo acudir en caso de necesidad o hastíos varios, o simplemente para tomar un café.
Y es entonces cuando me asalta ese sentimiento de pérdida y la maldita mezcla entre tristeza y culpabilidad. Requiem por los que ya no están. Y no puedo evitar cuestionarme el motivo de sus ausencias, de la de cada uno de ellos. Trato de exorcizarlos a través de los vericuetos de los tópicos (la vida es así; cada uno escoge un camino; unos vienes y otros se van y bla, bla, bla), caminando silencioso mis recuerdos. Y esgrimiendo el arma consabida de la lógica doy unos estoques certeros a toda esta cuestión harto pueril (me digo), al fin y al cabo tampoco es que los extrañe (¿cómo echar de menos algo que hace tiempo has perdido?). Y, finalmente, agotado, creo hallar la solución, al menos una idea pasajera benigna que me regala unas cuantas endorfinas para ir tirando. Me convenzo (¿será cierto?) de que yo mismo he cambiado, que no han sido más que elecciones las que me han traído aquí, este lugar donde habito tranquilo,aquejado del mal antiguo y ambiguo del ser humano: el pasado. Y cada vez que termino el recorrido, me sonrío ante la sencillez del resultado. No sé porqué me sorprende.