Hace unos días me encontraba pensando sobre los elementos llamativos en/de una eucaristía (¿es con mayúsculas?), dado que, por motivos estrictamente laborales, me veo sometido a semejante espectáculo a menudo. Y nótese que lo tildo como tal sin hacer uso de comillas. El caso es que allí estaba yo, durante una hora, asistiendo a aquello a lo que juré nunca regresar. Lo hice, sí, hace mucho tiempo; desde el instante en que dejé de verlo y comencé a mirarlo y supe en ese exacto momento lo que aquello era en realidad: la repetición infinita del mismo artificio escénico, una representación en la que el guión caduco se repite hasta resultar en una letanía absurda, sin sentido; poblada de pequeños títeres que hace tiempo decidieron tener un único marionetista, una mano que les dijese lo que hacer y, así, lograr la paz eterna (¿pax romana?.
Me encontraba absorto, imitando sus movimietos y palabras, preguntándome ¿cómo? y ¿por qué?, cuando recordé una conversación, la última de acidez notable, en la que obtuve una conclusión magnífica, capaz de explicar aquellas incógnitas y muchas otras (guerras, hambruna, calentamiento global... violencia e ignorancia puras). Tras diez minutos de diatriba, sin la menor interrupción por parte de mi interlocutor y siguiendo una lógica indiscutible, la conseguí, mi propia pax:
el ser humano, como especie, todos nosotros somos unos botes de mierda.
Inoportuno, lo reconozco, y quizás algo vulgar. Sin embargo, si se piensa un poco, resulta de lo más evidente. Si se reflexiona por un instante, cobra verosimilitud.
Pequeños y asquerosos botes de mierda. Así de sencillo.
Me encontraba absorto, imitando sus movimietos y palabras, preguntándome ¿cómo? y ¿por qué?, cuando recordé una conversación, la última de acidez notable, en la que obtuve una conclusión magnífica, capaz de explicar aquellas incógnitas y muchas otras (guerras, hambruna, calentamiento global... violencia e ignorancia puras). Tras diez minutos de diatriba, sin la menor interrupción por parte de mi interlocutor y siguiendo una lógica indiscutible, la conseguí, mi propia pax:
el ser humano, como especie, todos nosotros somos unos botes de mierda.
Inoportuno, lo reconozco, y quizás algo vulgar. Sin embargo, si se piensa un poco, resulta de lo más evidente. Si se reflexiona por un instante, cobra verosimilitud.
Pequeños y asquerosos botes de mierda. Así de sencillo.