lunes, 30 de abril de 2012

UN AÑO DESPUÉS

Hace unos días, navegando por la red (como se dice ahora), sin rumbo fijo, recordé este blog, el que fuera mi rincón del mudo en el que decir cualquier cosa. El que era el único emplazamiento posible para mis desavenencias con el género humano. Y, sin embargo, abandonado, dejado al olvido sin remordimientos. Y me  pregunté si es que ya se me había acabado la intención con que lo empecé. Si ya no había nada en este nuestro mundo que me hiciese querer escribir-decir ciertas cosas. ¿O acaso he tenido una vida tan sumamente interestresante que no había hueco para unos cuantos espacios y letras? Y lo cierto es que no, es que simplemente perdí la costumbre. "Una pena", pensé, "voy a intentarlo de nuevo. Quizás así se me ordenen un poco las ideas."
Y aquí estoy, un año después, perdido el hábito, contándole una historia (más bien aburrida) a un ordenador y a algún que otro navegante despistado. Pero sobre todo a mí mismo. Me he dicho ya muchas cosas sin testigos oculares, y salí, por tanto, exonerado de todos mis delitos (graves o leves). Es hora de volver las ideas hechos, mirada propia. Es por eso que,a partir de ahora, les prometo (a mi máquina cibernauta y a mí mismo) contar una historia cada semana, aunque no necesariamente emocionante, sí mía, qué demonios.
En el próximo capítulo: De pensiones, peinados peligrosos y estatuillas al límite.




jueves, 21 de abril de 2011

¿POR QUÉ ME SORPRENDE?


Supongo que se debe a estos días ociosos, también tiene algo que ver un detalle reciente (detonante, pero no tema central), lo cierto es que llevo un par de días dándole vueltas a ciertos conceptos, tales como la misantropía, la amistad o la vida social; rumiando sensaciones para convertirlas en un pensamiento coherente que me permita avanzar, aunque sea (como ahora lo imagino)por un estrecho sendero de tierra yerma.
Reconozco que en los últimos años me ha abandonado (o dejado ir, no lo tengo claro) aquella antigua capacidad mía para socializar constantemente: "tomamos un café", "vamos a una exposición o al cine", "damos una vuelta"... Cierto que todo lo anterior ahora lo llevo a cabo con mia pareja; y cierto que es algo habitual en los que contamos treinta o más que nuestro círculo se reduzca (poco tiempo y obligaciones varias nos conducen a ello). Perfecto. Por otro lado, necesito mi tiempo libre incólume, libre de ataduras sociales, poder disponer de una tarde o de un día enteros para hacer lo que me venga en gana, sin tener que dar cuentas a nadie y olvidando, por una vez, la urgencia de la vida. El resultado no es otro que pocos amigos en la agenda. Buenos amigos con los que paso ratos estupendos y a los que sé que puedo acudir en caso de necesidad o hastíos varios, o simplemente para tomar un café.
Y es entonces cuando me asalta ese sentimiento de pérdida y la maldita mezcla entre tristeza y culpabilidad. Requiem por los que ya no están. Y no puedo evitar cuestionarme el motivo de sus ausencias, de la de cada uno de ellos. Trato de exorcizarlos a través de los vericuetos de los tópicos (la vida es así; cada uno escoge un camino; unos vienes y otros se van y bla, bla, bla), caminando silencioso mis recuerdos. Y esgrimiendo el arma consabida de la lógica doy unos estoques certeros a toda esta cuestión harto pueril (me digo), al fin y al cabo tampoco es que los extrañe (¿cómo echar de menos algo que hace tiempo has perdido?). Y, finalmente, agotado, creo hallar la solución, al menos una idea pasajera benigna que me regala unas cuantas endorfinas para ir tirando. Me convenzo (¿será cierto?) de que yo mismo he cambiado, que no han sido más que elecciones las que me han traído aquí, este lugar donde habito tranquilo,aquejado del mal antiguo y ambiguo del ser humano: el pasado. Y cada vez que termino el recorrido, me sonrío ante la sencillez del resultado. No sé porqué me sorprende.

viernes, 25 de marzo de 2011

No apto


Hace unos días me encontraba pensando sobre los elementos llamativos en/de una eucaristía (¿es con mayúsculas?), dado que, por motivos estrictamente laborales, me veo sometido a semejante espectáculo a menudo. Y nótese que lo tildo como tal sin hacer uso de comillas. El caso es que allí estaba yo, durante una hora, asistiendo a aquello a lo que juré nunca regresar. Lo hice, sí, hace mucho tiempo; desde el instante en que dejé de verlo y comencé a mirarlo y supe en ese exacto momento lo que aquello era en realidad: la repetición infinita del mismo artificio escénico, una representación en la que el guión caduco se repite hasta resultar en una letanía absurda, sin sentido; poblada de pequeños títeres que hace tiempo decidieron tener un único marionetista, una mano que les dijese lo que hacer y, así, lograr la paz eterna (¿pax romana?.
Me encontraba absorto, imitando sus movimietos y palabras, preguntándome ¿cómo? y ¿por qué?, cuando recordé una conversación, la última de acidez notable, en la que obtuve una conclusión magnífica, capaz de explicar aquellas incógnitas y muchas otras (guerras, hambruna, calentamiento global... violencia e ignorancia puras). Tras diez minutos de diatriba, sin la menor interrupción por parte de mi interlocutor y siguiendo una lógica indiscutible, la conseguí, mi propia pax:
el ser humano, como especie, todos nosotros somos unos botes de mierda.
Inoportuno, lo reconozco, y quizás algo vulgar. Sin embargo, si se piensa un poco, resulta de lo más evidente. Si se reflexiona por un instante, cobra verosimilitud.
Pequeños y asquerosos botes de mierda. Así de sencillo.

sábado, 12 de febrero de 2011

De suecos, pasotas, egoístas y parejas.

"Os hago el favor, hombre, no hay problema". Genial, estupendo. Quedamoas a las cuatro y media y ya vamos para allá. 16.30. Nadie. 16.35. Llamada telefónica infructuosa. 16.45. Vamos yendo, ya llamarán. Así ha empezado el día: dejándonos plantados el tipo que nos "hacía el favor". Una furgoneta. Eso era. Un coche grande para ahorrarnos los 28 malditos euros de los portes en la tienda sueca gigante de muebles y otros muchos objetos para incautos que no sabían que los necesitaban hasta que a algún maldito sueco (navarro, inglés, o de donde quiera que sean todos esos "especialistas" diseñadores de bagatelas que trabajan para Ikea)los sacó de la chistera, cual prestidigitador adelantado a su época.
18.00 h. Apuntadas la referencia, el pasillo, la sección y el código de la puerta del infierno, si me apuran. "From beneath you it devores you". 18.05 h. Miles de personas apiñadas en pasillos y atajos, siguiendo una malévola flecha que les hace dar vueltas y vueltas, bailando al son sin sentido del cabrón que lo diseñó, encantadas de que los insigmnes suecos hayan decidido abrir una tienda tan cerca de sus maltrechos hogares, muy necesitados, al parecer, de "oh, este complejo artilugio verde de plástico tan cool". 18.10 h. Un servidor empieza a sentir la presión del vulgo y sus excrecencias corporales. Decide salir a fumar un pitillo y volver a ver la luz solar, ya que aquí parecen haberse encargado de borrar todo recuerdo visual de la vida real, ahí fuera (marketing, lo llaman. Serán cínicos). Tras mucho pelearse con la señora de delante que, absorta en una silla de mimbre, no se da cuenta de que quiero pasar; una madre con el carrito de bebé (tan joven y ya sufriendo esta inmundicia consumista sin sentido), una pareja joven que se está pensando si adquirir unas tazas (ya tienen, pero "son tan monas"). En fin, un periplo insoportable y la calle. Un pitillo. 18.30 h. Volvemos a entrar, esperando que los que nos acompañaban hayan terminado su parte (la nuestra hacía tiempo estaba concluída). De camino al almacén nº 13, lugar de encuentro, nos topamos con el tipo del favor; que había decidido dormir una siesta y, hete aquí, que ya que tenía que venir, se trajo a la parienta a ver mesas. Cojonudo, pienso. Eso se llama cumplir, chavalote. 18.45 h. Nuestros acompañantes llegan, pasamos por caja. 19.00 h. Salimos de nuevo. Un pitillo. No hay señales del tipo. Frío. 19.30 h. Aparece el cachondo y nos dice que esperemos, que su mujercita y su dulce niña están comprando chocolate (!EN IKEA! Maldita sea, ¿es que el dulce sueco propiedades milagrosas? No, será que "es que es tan barato..."). 19.40 h. Después de 40 minutos esperando a la intemeperie, bajamos al parking. La furgoneta no está. "Jo, tío, no recuerdo dónde la he aparcado. Creo que es en el parking de abajo". 19.45 h. Metemos las estanterías y nos vamos. 20.15h. Después de cuatro horas, llego a mi casa, con cuatro estanterías suecas que tendré que tirar eñ año que viene, he perdido toda la tarde. Para colmo, después de un mes y medio sin salir (la ley antitabaco ha creado una barrera mental entre la cerveza en bares y yo), hoy, justamente hoy, mi pareja ha quedado con unos amigos que hace mucho que no ve. Yo me quedo en casa, esperando a un amigo para ver si su compañçia y unos vinos consiguen hacerme olvidar que he perdido todo el sábado siendo dirgido por otros y sus actos, sin haber participado en ningún momento de mi propio tiempo. Eso sí, me he ahorrado 28 euros. ¡Qué demonios!

lunes, 17 de enero de 2011

¿E lojo tí de quén ves sendo?

Ahora que lo veo, hacía mucho tiempo que no escribía nada aquí. Lo cierto es que parece que la rabia interna que me alentaba ha disminuido considerablemente en los últimos meses. Sin embargo, acabo de leer en el blog de una amiga un comentario despectivo que me ha hecho retomar el espíritu de este blog.
Esta persona ha escrito una entrada en torno a la figura, que todos conocemos, del ligón guaperas que, con los años, se va tornando en crapulilla cuarentón y, con unos cuantos más, en el tipo clásico de cincuentón solterón-viejo verde (esto último es un añadido mío). En fin, el caso es que ha habido alguien que se ha ofendido y ha decidido gastar unos minutos de su tiempo para dedicarle a mi amiga un: "eres una amargada". Digo minutos, puesto que plantearse que el jamelgo (si es que lo es, siempre puede ser burra, pero ya se sabe que esto del internet puede confundir los rebuznos)empleó algo más (¿una hora?) supondría un trauma del que jamás podría recuperarme. Imagínense al lector, llamémosle como él/ella mismo/a se ha identificado, "anónimo" leyendo el blog, sintiendo la ira correr por sus venas, el color en sus mejillas, ¿quizá la saliva en la comisura de los labios?, identificándose con las ingeniosas palabras de mi amiga, sintiéndose un perdedor en toda regla, un pobre diablo camino de los cuarenta viendo ante sí, en asépticos caracteres latinos, su futuro... Desde luego, es para deprimirse o cabrearse, pero no con las pobres palabras ni tan siquiera con la autora, sino consigo mismo. No obstante, haciendo alarde de una inteligencia emocional propia de un niño de primaria (esos que insultan a fulanita llamándola gorda porque saca mejores notas), decide dedicarle, en el más oscuro de los anonimatos, un adjetivo que ni siquiera debería aparecer como tal en el diccionario (por aquello de que es un participio, ya saben). ¿Amargada? ¿De verdad? ¿Y cómo eres capaz de colegir esa cualidad de un escrito que nada tiene que ver con ella o con sus metas, ambiciones y miedos? Que lo único que hace es hablar sobre una tipología humana que existe desde tiempo inmemorial.
Y aquí es cuando me acuerdo de las abuelas de mi aldea, esas que se sentaban en la puerta de su casa y le preguntaban a todos los que no conocían de quién venían siendo. Y a tí no te quedaba otra que decírselo (a ver quién era el guapo que se negaba). Así, si alguna vez te metías en un lío, eras tú, el del voluntario; y ahí te las apañases como pudieses chaval. ¡Ay, la sabiduría de los mayores! Ahora lo entiendo todo.

sábado, 9 de octubre de 2010

ADOL/OBSOL-ESCENCIA

Hay una época en nuestras vidas en la que todo se magnifica, para bien y para mal. Cualquier suceso cotidiano nos afecta inmensamente y corremos al teléfono (ahora sería el messenger o el tuenti) a contárselo a nuestro amigo o amiga (en ese momento, íntimo/a, y "para siempre"). Odiamos a nuestros padres y corremos, siempre que podemos, a la calle para huir de ellos, para sentirnos libres, adultos... Vamos al parque, a dar una vuelta, y cotilleamos de los últimos sucesos del instituto, hablamos sobre tal o cual grupo de música, vilipendaimos al profesor de Ciencias y nos quejamos de nuestra gris existencia bajo el yugo parental. Los fines de semana, si podemos o sabemos hacerlo, nos vamos al sitio "de moda" y ahogamos nuestras penas en alcohol, con la esperanza de que no se den cuenta al llegar a casa. La adolescencia es así. Pero también es la edad en la que somos más honestos con nuestros sentimientos, y amparados en el halo de la inocencia reminiscente, hablamos sobre ellos con nuestros íntimos, lloramos si es necesario, aireamos sin pudor aquello que nos reconcome y acabamos encontrando algo de paz en esa vorágine hormonal, en esos primeros pasos por el mundo de los protoadultos.
Con el tiempo, sin embargo, esos amigos nos traicionan (algunos), nuestro primer amor nos rompe el corazón, y nos adentramos, lentamente, en el olvido del sentimiento, en el cinismo social imperante, en la independencia emocional... Y, poco a poco, empieza a resultarnos más difícil hacer amigos y compartir (como antaño) las emociones que nos desbordan. Creemos, al fin, que tal acto es producto de la ingenuidad y acabamos considerándolo una obsolescencia, algo que en un adulto no estaría bien visto.
De esta manera, nos encerramos en nosotros mismos y creamos, las más de las veces, malentendidos debidos a nuestra falta de sinceridad a tiempo (con el otro y con nosotros mismos). Ni siquiera somos capaces ya de decir algo tan sencillo como: "Oye, pues tal cosa me ha sentado mal", por miedo a no ser políticamente correctos o, en su defecto, parecer críos emocionales.
¿No sería más sencillo arreglar las cosas hablando? ¿Hacer un esfuerzo de honestidad para con el otro, para con nosotros mismos? Sin duda, evitaríamos muchas de las tonterías mentales que nos asolan en las horas de soledad en las que creemos que el mundo se ha vuelto loco y ya no queda nadie auténtico, nadie que se enfrenete a sí mismo y deje de considerar que expresar lo que sentimos es una adol/obsol-escencia.

martes, 28 de septiembre de 2010

COMO LA VIDA MISMA ¿?


Lo confieso: soy serieadicto. He visto y veo numerosas series televisivas durante el mismo período tiempo (ahora mismo creo que son unas diez); eso sí, todas online y, si es posible, en versión original subtituladas (el doblaje de Tony Soprano es estupendo, pero no le hace justicia a Gandolfini). Me gusta todo tipo de género y acepto calidades bastante ínfimas (sin pasarse). Normalmente, prefiero series que ya han terminado para poder ver unos cuantos capítulos seguidos sin eso de: " a próxima semana, no mesmo batcanal, á mesma bathora"; y la temática, aunque no me es indifirente, es de mi gusto siempre que esté bien tratada. Así las cosas, el otro día, por recomendación de mi hermana, empecé a ver "Modern Family". Es una sitcom americana rodada como un falso documental sobre las vidas de tres familias: un hombre de unos sesenta (nuestro querido All Bandy) casado con una colombiana joven y guapa madre de un niño; su hija, Claire, su marido y tres hijos; y su hijo Mitchell, su pareja y su hija adoptada. Vamos, todo un sarao, que diríamos aquí. La propuesta, si bien tiene momentos divertidos, acaba convirtiéndose en una declaración de principios americanos old style: al final, todos nos queremos mucho y somos grandes personas (aunque un poco frikis, eso sí) que tratamos de hacerlo todo lo mejor posible. Si a esto le sumamos que, ¡oh, casualidad!, en las tres familias uno de los miembros no trabaja y se queda en casa para cuidar a los hijos, el suflé está completo. Eso sí, todo muy bien aderezado con una gruesa capa de hilaridad y pretendida autoparodia (que, por supuesto, no le llega ni a la suela a "Matrimonio con hijos"...¡Ay, Bandy, Bandy! ¿Por qué nos has abandonado?) que podría (y, de hecho, seguro que lo hace) hacer pasar desapercibido todo el entramado pseudomoralista que nos quieren vender.
Pero no era esto lo que venía a contaros (¿quién lo diría?). Lo que me vino a la mente viendo esta serie (y enlacé con muchas otras) es la premisa narrativa: dados unos personajes X, se les sitúa en ante una situación Y y, a partir de ahí, la media hora-cuarenta minutos-una hora que sigue son la resolución. X supera Y y llega a ¿0? Por ejemplo: Mitchell está obsesionado con construirle un castillo a su hija en el jardín, pero resulta ser un peligro con las herramientas. Su pareja (no recuerdo el nombre) decide llamar a su suegro para que les ayude (sin que Mitchell sepa que es una encerrona). ¿Qué ocurre al final? Está claro: Mitchell se da cuenta, se enfada, pero, al final, asume que lo suyo no es bricomanía y cede, ¿simbólicamente?, el martillo a su marido. Y así, problema resuelto.
Como este ejemplo, podríamos observar millones más en todas las series del mundo. Y sí, es una premisa sine qua non. El tempo narrativo es breve y se debe constreñir el conflicto. Es lógica televisiva, supongo. Y es también el mayor motivos qe tenemos para verlas: personas que se ven envueltas en situaciones (iguales o diferentes a las nuestras) y son capaces de resolverlas rápidamente. ¡Y cómo nos gustaría a nosotros ser capaces de hacer lo mismo! Aún me quita el sueño una secuencia en la que uno de los personajes se daba perfecta cuenta de los que le pasaba (tristeza por el pasado perdido) mucho antes que el espectador. Y me pregunté cuánto había tardado yo en darme cuenta, qué sé yo, de que mi trabajo anterior me deprimía... MMM, no sé, ... ¿un año? Así que sí, las empaquetan a nuestro gusto y disfrutamos de ellas porque ahí, en esa pequeña ficción semanal, los problemas son menos, son más fáciles y, al final, todos comen perdices.
Otra cosa son, claro, las series de ciencia ficción, históricas (tipo "Roma"), policíacas o de la mafia (y algunas más que se me olvidan)... Pero estas, para otro día.