Hace unos días, navegando por la red (como se dice ahora), sin rumbo fijo, recordé este blog, el que fuera mi rincón del mudo en el que decir cualquier cosa. El que era el único emplazamiento posible para mis desavenencias con el género humano. Y, sin embargo, abandonado, dejado al olvido sin remordimientos. Y me pregunté si es que ya se me había acabado la intención con que lo empecé. Si ya no había nada en este nuestro mundo que me hiciese querer escribir-decir ciertas cosas. ¿O acaso he tenido una vida tan sumamente interestresante que no había hueco para unos cuantos espacios y letras? Y lo cierto es que no, es que simplemente perdí la costumbre. "Una pena", pensé, "voy a intentarlo de nuevo. Quizás así se me ordenen un poco las ideas."
Y aquí estoy, un año después, perdido el hábito, contándole una historia (más bien aburrida) a un ordenador y a algún que otro navegante despistado. Pero sobre todo a mí mismo. Me he dicho ya muchas cosas sin testigos oculares, y salí, por tanto, exonerado de todos mis delitos (graves o leves). Es hora de volver las ideas hechos, mirada propia. Es por eso que,a partir de ahora, les prometo (a mi máquina cibernauta y a mí mismo) contar una historia cada semana, aunque no necesariamente emocionante, sí mía, qué demonios.
En el próximo capítulo: De pensiones, peinados peligrosos y estatuillas al límite.
Y aquí estoy, un año después, perdido el hábito, contándole una historia (más bien aburrida) a un ordenador y a algún que otro navegante despistado. Pero sobre todo a mí mismo. Me he dicho ya muchas cosas sin testigos oculares, y salí, por tanto, exonerado de todos mis delitos (graves o leves). Es hora de volver las ideas hechos, mirada propia. Es por eso que,a partir de ahora, les prometo (a mi máquina cibernauta y a mí mismo) contar una historia cada semana, aunque no necesariamente emocionante, sí mía, qué demonios.
En el próximo capítulo: De pensiones, peinados peligrosos y estatuillas al límite.